Siendo hoy la Noche de los Libros y el próximo domingo el Día del Libro y de Sant Jordi, no podíamos pasar por alto el estreno de una película dedicada a uno de los grandes de la literatura europea. En ‘Stefan Zweig: Adiós a Europa’, Maria Schrader revisita los últimos años del escritor austriaco de origen judío que, en el punto álgido de su carrera, huyó del horror nazi de la Segunda Guerra Mundial y se exilió en Sudamérica, por donde viajó sin rumbo (literalmente) junto a su mujer Lotte (Charlotte Elisabeth Altmann) hasta su muerte en 1942.
La cinta, disponible, desde este viernes en la cartelera española, funciona a modo de capsula del tiempo del que fuera el escritor más leído en su época junto a Thomas Mann. La trama dramática se aleja de los habituales biopics, tan de moda últimamente en las esferas hollywoodienses, para narrar cinco acontecimientos desligados que dibujan la decadencia del autor, cada vez más, agrietado y desesperado.
Alejada del sentimentalismo y las lecciones morales, Schrader arriesga con un relato más documental que biográfico en el que, de forma episódica, profundiza en el retrato psicológico de un hombre que terminó suicidándose por ver a Europa “destruirse a sí misma” a causa de la “derrota de la razón y el enfervorecido triunfo de la brutalidad”.
“De esta manera considero lo mejor concluir a tiempo y con integridad una vida cuya mayor alegría era el trabajo espiritual y cuyo más preciado bien en esta tierra era la libertad personal. Saludo a mis amigos. Ojalá puedan ver el amanecer después de esa larga noche. Yo, demasiado impaciente, me adelanto”, explicaba en sus memorias. El 22 de febrero de 1942, la que fuera su segunda mujer, veinticinco años más joven, y él terminaron con su vida en Petrópolis (Brasil), a 66 kilómetros de Río de Janeiro, envenenándose con pastillas de cianuro.
“Es la última desgracia que podía esperar. Parecía tan fuerte, tan seguro de sí”, declaró el escritor Romain Rolland. Sin embargo, por muy fuerte que pudiera parecer, hasta sus libros evidenciaban que no era así. Con una extensa producción literaria, la mayoría de sus personajes se hallaban en momentos vitales desesperados, sometidos a delirios que escapaban de su control. “Toda mi vida me han intrigado los monomaníacos, las personas obsesionadas por una sola idea”, explica el autor en ‘El mundo de ayer: memorias de un europeo’, memorias autobiográficas escritas entre 1939 y 1941 y publicadas de forma póstuma.
De alguna forma, el propio Zweig se convirtió en uno de sus personajes. Desde el ascenso del nazismo al poder, fue acusado de cobarde por no condenar de forma pública el régimen totalitario alemán. Un clima moral y político desfavorable que le afectó profundamente, aunque no lo demostrara. Klaus Mann anotó en su diario que “pensaba que era el literato cosmopolita y caprichoso que no se toma nada a pecho. ¡Y era un hombre desesperado!”.
Pero, la profesión va por dentro (o eso dicen) y, en el caso de Zweig, realmente era cierto. A pesar de su impasible fachada, en sus memorias póstumas, describía a Hitler como un “agitador inculto, enredado en un germanismo de la especie más mezquina y brutal“. Cobarde o no, el que se convirtió en uno de los intelectuales destacados de la época se derrumbó en varias ocasiones por ver el “sueño europeísta” destruido. ¿Cómo ser testigo directo del cambio de un continente por el que antes se podía viajar sin preocupaciones a un lugar mísero y sombrío al que intelectuales y judíos iban sometiéndose?. “Nuestro mundo retrocedía un milenio en lo moral”, apuntó.
“Creo en una Europa libre. Pienso y confío en que las fronteras y pasaportes un día serán algo del pasado, pero dudo mucho que vivamos para verlo”, menciona el escritor en la película. Y así fue. El suicidio no hizo más que demostrar que Stefan Zweig no soportó el peso del exilio, del nazismo y, sobre todo, de Europa convertido en la desmesura del horror y la brutalidad .