Después del impacto de ver el documental ‘Gringo: The Dangerous Life of John McAfee‘ (Netflix), sobre la chiflada vida del creador de la popular empresa de antivirus, nos ha venido a la mente otras existencias no menos dementes de excéntricos millonarios.
John McAfee
El inventor del famoso virus McAfee, John McAfee, creó alrededor de sí mismo una rocambolesca situación cuando vendió su empresa, se convirtió al rollo de la meditación construyendo uno de los mayores ashrams del mundo y, después, cuando también perdió la ilusión por ello, se largó a Belice con la intención, un poco loca, de abrir un laboratorio para investigar sobre nuevos medicamentos. En lugar de esto tuvo una carrera errática que se describe en el documental ‘Gringo: The Dangerous life of John McAfee’ (se emite actualmente en Netflix) y que incluye fundar su ejército privado, sobornos, la violación de la jefa de su laboratorio, vivir con un harén propio y, claro está, una acusación del asesinato de un vecino al que estaba enfrentado porque decía que le había envenenado al perro. En contra de lo que pudiera parecer McCafee ha regresado a los Estados Unidos sin que nadie le pueda reclamar por ninguno de los crímenes que, supuestamente, ha cometido fuera de su país y, poco a poco, se ha ido incorporando discretamente a la vida social y política estadounidense en un sorprendente halo de normalidad. O casi.
Don Simpson
El productor de éxitos como ‘Top Gun’, ‘Flashdance’ o ‘Superdetective en Hollywood’ estaba como una cabra. El que formara dupla con Jerry Bruckheimer durante años y cuyas películas, en el año 91, habían generado 20.000 millones de beneficios en ventas de entradas, licencias de alquiler de video, emisión y discos con las bandas sonoras (entre otras cosas) solía contratar a prostitutas en el Strip de Los Ángeles y las llevaba a su casa donde pactaba con ellas cosas como penetrarlas a cuatro patas mientras les metía la cabeza en el wáter o practicar la asfixia sexual. Todo esto aderezado con suficiente cocaína como para deslizarse sobre ella en una moto de nieve y alcohol suficiente para llenar una piscina olímpica. Y muchísimos medicamentos legales a los que también era adicto: usaba una red de quince médicos y ocho farmacias diferentes para proveerse. Lo encontraron pajarito en su casa, tumbado al lado del wáter como Elvis Presley, pasado de peso y con 2.200 pastillas repartidas estratégicamente por su casa. En el libro ‘High Concept: Don Simpson and the Hollywood Cultures of Excess‘ el periodista Charles Fleming ejemplifica en él todo el exceso de la industria cinematográfica y analiza pormenorizadamente las razones por las cuáles, entre los 80 y los 90, se convirtió en una picadora de carne humana. Una frase para la historia: ‘¿sabes lo que me gusta hacer a las cuatro de la tarde? Ponerme una copa hasta arriba, meterme unas rayas y joder a un guionista’.
Liberace
Nacido como Wladziu Valentino Liberace en West Allis (Wisconsin), fue uno de los pianistas más geniales de todos los tiempos y, posiblemente, el Rey de los Excesos de todo tipo. Liberace fue el que inventó el show de Las Vegas combinando chistecitos con la audiencia, con una puesta en escena chifladísima y unos trajes de caerse de culo con un repertorio de clásicos donde podía demostrar su destreza al piano combinado con uno más suave de piezas más populares para que la audiencia no se amuermara en exceso. Pese a no escribir nada original en su vida, Liberace fue el primer artista en tener un contrato fijo en la ciudad de Las Vegas por más de 50.000 dólares a la semana en el famoso Riviera Hotel and Casino. También fue el primero en cobrar un millón de dólares por un especial de TV.
Con el paso de los años el músico coleccionó casas chaladas, como su mansión con una piscina en forma de piano que combinaba con apartamentos y áticos en cualquier ciudad en la que calculara que podía pasar más de cinco minutos al año, y una colección de coches con varios rolls Royce y varias limusinas. Fanísimo de la ropa cara y de los abrigos de visón compra a sus amantes la misma ropa que él usa. También se gasta sus buenas perras en cirugía estética (se calcula que millones) e injertos de pelo. No solo eso, En el libro ‘Behind the candelabra: my life with Liberace’ escrito por Scott Thorson (adaptado al cine por Steve Soderbergh que creó un telefilm para HBO digno de haber ganado un chorro de premios Oscar) este cuenta que Liberace le obligó a operarse la cara para que ambos se parecieran, algo que es cierto y perturbador, y que el artista se había deformado el pene de forma horrorosa después de años y años usando una bomba sueca de succión. Fallecido debido a una enfermedad derivada del SIDA Liberace dejó tras de sí un legado loquísimo en todos los sentidos y un museo que lleva su nombre en la ciudad de Las Vegas y que hace unos años cerró sus puertas. Muchos fans aún piden su reapertura.
Michael Carroll
La típica historia de un gañanazo inglés que gana un poco más de 9 milones de libras esterlinas en la lotería (un poco más de 11 millones de euros) en 2002 y decide darse a la buena vida. Michael, que nunca había tenido un penique, comete el error de querer ganarse un dinero extra accediendo a ser entrevistado por toda revista sensacionalista o tabloide que lo solicite. Su cara aparece en las publicaciones más vendidas en Reino Unido y una fila de gorrones y nuevos amigos se agolpa en su casa. Una enorme casa de campo en Norfolk que le cuesta 400.000 euros y a la que le añade una piscina enorme y un garaje gigantesco que comienza a llenar de coches. Como se cuece y se pone bastante de farlopa, pues estrella los coches, y como no puede seguir el ritmo para asegurarlos comienza a aparcar las ruinas de los mismos en el jardín de su casa. Se pasa el día poniéndose ciego, comprando oro, cerveza, metiéndose y jugando a la Play o a la Xbox. En una de las habitaciones acumula unas cuantas de las dos marcas con mandos y juegos porque si se cabrea la rompe contra el suelo y está harto de salir de casa para comprar una nueva. Tampoco podría ir muy lejos porque, cada vez que sale de la casa, estrella el coche o le han retirado el carnet y le multan. Como sale poco, organiza fiestas con sus colegas en casa y se pasa colocado y sin dormir la mayor parte del tiempo. Cuando se queda solo contrata prostitutas para no aburrirse. Cuando su pasta comienza a menguar no tiene mejor ocurrencia que hacer apuestas masivas para recuperar su fortuna. Sin éxito, claro. 8 años después, en 2010, Carroll es declarado en bancarrota y todos los bienes que le quedan son embargados. Ha tardado solo 8 años en zumbarse 11 millones de euros a un ritmo de 1.375.000 € por año. Actualmente alterna el paro con su antiguo trabajo como basurero. Dice no arrepentirse de nada.
Jean Paul Getty
El heredero de Getty Oil, una de las empresas petrolíferas más importante del mundo, llevó el negocio familiar a otro nivel de riqueza lo que le permitió escribir el famoso libro ‘Cómo hacerse rico’. La fórmula estaba clara para Getty: “Levantarse temprano, trabajar hasta tarde y encontrar petróleo”. También mirar los gastos. Mucho. Sus mansiones tenían un teléfono principal con una línea para su uso personal y el resto de los teléfonos de la casa eran de monedas. No se comportó mejor con su nieto preferido, John Paul Getty III, que fue convencido por unos amigos para simular un secuestro y sacarle así unos dólares a su abuelo pero que acabó en manos de unos secuestradores de verdad que, hartos del rechazo del abuelo del secuestrado, decidieron cortarle una oreja y mandársela para que se ablandara. Poco después lo pusieron en libertad. El rescate lo pagó el padre de John Paul gracias a un crédito que Jean Paul, su padre, le hizo a un interés bueno por eso de ser familia.
Jean Paul se casó cinco veces y acumuló bastantes amantes a lo largo de su vida. En su testamento, pese a las promesas que hizo, no les dejó nada y decidió cederlo todo a sus hijos y a la construcción de su museo, El Getty Museum de Los Ángeles, que sigue sosteniendo su fundación y que es una de las mejores colecciones de arte de los Estados Unidos. El arquitecto que diseñó el edificio que contiene la colección, Richard Meier, tuvo la ocurrencia de comprar un sacapuntas eléctrico a cuenta del presupuesto de la obra porque era el último gadget de moda pensando que Jean Paul Getty no le daría importancia. Al poco de hacer la compra y de meter la factura como gasto recibió una nota de puño y letra de Getty en el que le decía que si iba a gastar su dinero en chorradas quizás era mejor que contratara a otro arquitecto. Ni que decir tiene que Meier devolvió el dinero de la compra y se quedó con el cacharro.