Charles Laughton solo pudo dirigir ‘La noche del cazador‘. Demasiado adelantada para 1955, fue retirada de los cines a todo trapo porque la crítica y el público le dieron la espalda. El descalabro económico fue tan grande que ningún estudio quiso volver a poner en manos del actor británico un proyecto. Algo parecido le pasó a Walt Disney con ‘Fantasia‘ (1940) que se gastó los beneficios de su estudio en sacar adelante una película que incorporaba todos los adelantos técnicos de la época (entre ellos, el sonido estéreo) y que fracasó en taquilla. Jean Vigo sólo tuvo tiempo de dirigir un largometraje ‘L´Atalante‘ (1934) antes de fallecer el año mismo del estreno y Saul Bass sólo tiene en su haber la escalofriante ‘Sucesos en la IV Fase‘ (1974) pese a haber sido el diseñador de los mejores créditos de la historia del cine y ser el responsable de la planificación de cámaras de la secuencia de la ducha de ‘Psicosis’ (Alfred Hitchcock, 1960). Otros directores como Mike Leigh o Terrence Malick pasaron muchos años sin rodar. Entre ‘Bleak Moments’ (1971) y ‘Grandes ambiciones’ (1988) pasaron 17 años y Malick se tomó un respiro de 20 años entre ‘Días del cielo’ (1978) y ‘La delgada línea roja’ (1998). Algo parecido, en nuestro país, le ha pasado a Victor Erice cuyo último trabajo largo, el documental ‘El sol del membrillo’, data de 1992 y cuyo último largometraje de ficción, ‘El Sur’, fue estrenada en 1983.
Todos estos directores pasarán a la historia por haber rodado un número reducido de películas y, sin embargo, haber conseguido trascender a su época. Eso le pasará a Michael Cimino que solo fue capaz de levantar siete largometrajes como director. Una carrera corta y talentosísima que comenzó como guionista de la brillante película de ciencia-ficción ‘Naves misteriosas‘ (Donald Trumbull, 1972) y de la oscura secuela de ‘Harry, el sucio’ (Don Siegel, 1971), ‘Harry, El Fuerte’ (Ted Post, 1973), y que, en la dirección, solo pudo alargarse hasta la desmañada ‘Sunchaser‘ (1996) donde, pese a sus problemas evidentes, Cimino demostró ser un director técnicamente impecable.
Su carrera se inició con la divertidísima ‘Un botín de 500.000 dólares’ (1974) que fue uno de los éxitos inesperados de la temporada en unos años donde la competencia con otros compañeros de generación era notable y el talento hacía cola para ser estrenado y continúo con ‘El cazador‘, película que tuvo ya muchos problemas desde su arranque. Primero en los despachos porque resultó negativa y dolorosa (la Guerra de Vietnam había terminado sólo tres años antes de su estreno) y después porque la planificación se fue al traste por diversos problemas técnicos además de por la enfermedad terminal del actor John Cazale, uno de los protagonistas. Cimino, de hecho, ofreció a Cazale detener todo el rodaje para que pudiera recuperarse (algo que hizo temblar a los ejecutivos del estudio) y este le contestó que lo que tenía que hacer era darse prisa porque estaba seguro de que esa era la última película que rodaría en su vida y quería rodarla.
Se puede decir que Michael Cimino fue una muestra andante de los males que atenazaron a la brillante generación de directores y guionistas conocida como “El Nuevo Hollywood”. Fue un malísimo administrador del presupuesto de sus películas lo que le llevó a la ruina profesional con ‘Las puertas del cielo‘ (1980). En contra de la opinión general no se llevó por delante a la United Artist. Si bien es verdad que la película costó alrededor de 45 millones de dólares –un pastizal para la época- y solo consiguió recaudar unos 3 millones lo cierto es que la franquicia de ‘James Bond’ y ‘Rocky’ mantenían saneado al estudio. UA fue más una víctima de los movimientos especulativos económicos de finales de los 70 y de la forma en la que grandes conglomerados económicos cayeron sobre los estudios de Hollywood imponiendo un modo de producción más industrial, dirigido a la producción de éxitos de taquilla que se tradujeran en buenas inversiones más que en películas “artísticas”. La culpa se le puede echar a dos miembros de “El Nuevo Hollywood” llamados Steven Spielberg y George Lucas que consiguieron grandes éxitos de taquilla con películas de presupuestos medios como ‘Tiburón’ (1975) o ‘La Guerra de Las Galaxias’ (1977) y, además, llamaron la atención sobre la posibilidad de multiplicar los beneficios de las mismas con la comercialización de merchandising. Algo con lo que Mel Brooks hizo muchos chistes en ‘La loca historia de las galaxias’ (1987) que incluían no solo la sobre explotación de “mercaderías” (con ese nombre consta en la versión doblada al español) si no las peleas por los derechos de vídeo doméstico con la que ambos directores/productores hicieron millones de dólares.
Cimino fue un mal gestor de sus presupuestos como lo fueron Martin Scorsese, que se enredó de mala manera para rodar ‘New York, New York‘ (1977) que resultó ser un fracaso. Algo parecido le pasó a Peter Bogdanovich que fue incapaz, durante décadas, de repetir el éxito de taquilla de “La última película” (1971), ‘¿Qué me pasa, doctor?’ (1972) o ‘Luna de papel’ (1973) y se enzarzó en proyectos personales ruinosos hasta que alcanzó de nuevo el éxito con el drama ‘Máscara’ (1985) que certificó su pase definitivo a las películas comerciales o de encargo. En este caso Cimino fue casi más cauto que Francis Ford Coppola que, empeñado en salir de la política de los estudios, fundó Zootrope en San Francisco –un intento de fundar un Nuevo Hollywood físico- que copiaba la estructura de los grandes estudios hasta el punto de tener sus propios platós donde rodaría la grandísima ‘Corazonada’ (1981), un canto de cisne para su proyecto personal que ya venía herido de gravedad tras el estrepitoso fracaso económico de ‘Apocalipsis Now’ (1979) –un compendio de todas las cosas que no hay que hacer durante el rodaje de una película como ponerle los cuernos a tu mujer o fiarte de un dictador-.
¿Tal fracaso fue ‘Las puertas del cielo‘ como para hacer que Cimino se convirtiera en un apestado? La verdad es que pese al petardazo lo cierto es que hay otros factores que influyen en la desaparición del director italoamericano de la escena. La primera de todas es el fracaso. El fracaso del artista es un virus jodido. Dicen que Erice le tiene tanto miedo al mismo que eso le ha paralizado desde 1983. Algo parecido le pasó a Malick que se sintió paralizado por el pánico a que su prestigio fuera destruido por un mal paso. El hastío hace el resto. El cansancio de tener que pasar de despacho en despacho, de un sistema que obliga a reunirse con gente que, normalmente, no tiene ni idea de por qué estás allí o qué vienes a traer. Todos los directores que tienen un éxito y fracasan pasan por el doloroso camino de importar mucho y, al poco tiempo, tener que ponerse al final de la cola junto a otros directores menos rentables o de directores noveles. La experiencia dolorosa de llegar a rodar un largometraje está muy bien contada en ‘The Big Picture‘ (Christopher Guest, 1989), el proceso enfermizo y esclerotizado que hace que las películas cambien de significado, que se vean alteradas o retocadas pero, sobre todo, la desazón que tipos como Guest –un tipo culto que va a la suya- ha tenido que pasar para rodar sus comedias que, normalmente, son recibidas con una mueca de “no me estoy enterando de nada”. Mucho más sangrante es la patada en el culo que Robert Altman –otro declarado outsider- le regaló a los ejecutivos hollywoodienses en ‘El juego de Hollywood‘ donde directamente los retrata como unos vagos infames más preocupados por mantener su puesto que por rodar películas.
En la carrera de Cimino no hay que dejar de un lado, como es evidente, el efecto que tuvieron las drogas y el alcohol en su organismo. Eso también pesa. El vicio se llevó por delante, por ejemplo, a uno de los tipos más brillantes del “Nuevo Hollywood”: Hal Ashby. Tan chuzo durante décadas que era incapaz de ponerse detrás de la cámara sin caer redondo. No es el único caso y no es el más conocido. En este sentido se lleva la palma Scorsese que, repentinamente, se idiotizó durante años hasta el punto de dejar montañitas de farlopa en las mesas de los restaurantes como propina. Las drogas también tuvieron un efecto demoledor sobre los estudios, también idiotizaron a tíos tan brillantes como el productor Robert Evans, y en una versión más sociológica posiblemente aceleraran un cambio de conciencia en la sociedad americana y en sus gustos. Más allá del LSD, de los canutos hippies o del consumo de heroína lo cierto es que el polvo colombiano alteró más la cosmovisión de una sociedad entera.
Pero tampoco podemos olvidarnos del ego desmedido. Eso también fue uno de los males de una generación completa. Muchas veces disfrazado de conciencia autoral, de la necesidad de reivindicarse como artistas al estilo de los directores europeos que fueron venerados en Estados Unidos. Bogdanovich se convirtió en un imbécil que iba a los rodajes vistiendo pañuelo y botas de montar como las que decían que llevaba Erich Von Stroheim y sombreros y pañuelos al cuello como los de su ídolo, John Huston. Coppola decidió que rodar en el Strip de Las Vegas era una tontería cuando podía construir la famosa calle en sus propios platós de San Francisco para hacer ‘Corazonada’. Entre medias todos los líos de gestión de ese ego que una rata de filmoteca (y todos lo eran) sufre cuando, de un día para otro, llama la atención de todo el mundo y que se traduce en todas las malas elecciones sobre amistades, infidelidades, puñaladas traperas y mosqueos de diva que uno se pueda imaginar.
Cimino fue un reflejo de su generación hasta en sus denodados intentos por convertirse en director de encargo como ya hicieran algunos de los nombrados en este artículo y que, en cierto modo, fueron jugadas que salieron bien. Lo contaba, medio en broma medio en serio, Kevin Smith en ‘Jay y Bob El Silencioso se lo montan‘ (2001) cuando en una de las escenas de la película Ben Affleck y Matt Damon comentan que el secreto está en hacer una película para ti y otra para los estudios. Coppola, por ejemplo, recuperó parte de su fortuna trabajando de encargo en dos películas de 1983: ‘La Ley de la calle’ y ‘Rebeldes’ (esta última supuso el bautizo del “Brat Pack”). Luego aceptó rodar la tercera parte de ‘El Padrino’, algo que no tenía previsto, en 1990 e hizo películas como ‘Jack’ (1996). Cimino no pudo mantener su status o la línea elegante de mezclar el arte con la comercialidad como hicieron otros compañeros de generación como Sydney Pollack o mantener la templanza y gestionar su prestigio y talento ciñéndose a presupuestos más bien bajos como Woody Allen que sigue rodando gracias a que sus películas cubren gastos con las ventas al extranjero y la taquilla europea. Cimino quiso mantener su independencia y su vida personal de la que solo hemos tenido noticias gracias a rumores como que se había cambiado de sexo o que tenía demasiados problemas con el alcohol y las drogas como para rodar nada. Un poco al estilo de John Cassavetes, casi un francotirador hasta el final de sus días cuyo talento fue lastrado por el alcoholismo. Cada una de sus apariciones públicas se convirtió en un escándalo, bien la edición de su novela ‘Big Jane‘ (2001, Gallimard) bien su nombramiento, ese mismo año, como Caballero de las Artes y las Letras en Francia.
En mayor o menor medida hemos perdido a un director que hubiera rendido bien a nivel comercial. ‘Manhattan Sur‘ (1985), ‘El siciliano‘ (1987) y ’37 horas desesperadas’ (1990) son ejemplos de películas bien hechas, de buena factura, especialmente bien rodadas. La propia ‘Las puertas del cielo‘ es un homenaje al buen cine, a una visión privilegiada y a una capacidad para contar desde la cámara espectacular.
Posiblemente el cine mató a Cimino. Fue el que le puso la pistola en la sien cargada con una sola bala. Quizás el éxito fue su Vietnam, un lugar del que no pudo regresar del todo. Como Bette Midler en ‘La Rosa’ (Mark Rydell, 1979), de la que es coguionista, cuando interpretando a esa cantante que tanto se parece a Janis Joplin se pregunta qué será de ella cuando no sea la número uno, cuando se pregunta si la quieren por quien es o por lo que es Michael Cimino fue atropellado por todas esas dudas. Se va uno de los pocos directores norteamericanos que quiso mantener su independencia y su fe en las películas sobre las exigencias del mercado. Se va un soldado (pasó algo de su tiempo en el ejército de forma voluntaria) que quiso ser siempre íntegro, como De Niro en ‘El cazador’, cuando parece que solo quedan mercenarios.