Ilustración: Guacimara Vargas
Donald Trump no sería el primer racista, xenófobo, casi analfabeto en geografía, egomaniaco, fracasado en los negocios y/o defraudador rico que ocupa la Casa Blanca pero, lo cierto, es que de consumarse semejante ‘sindios’ sí sería el primero en hacerlo llevándose por delante todos los manuales de marketing político conocidos por el hombre hasta este momento.
Nadie hasta ahora había dedicado su periplo electoral a insultar al electorado de forma tan directa, porque el mensaje de Donald J. Trump es claro: “América, si no me votas, eres idiota. Si me votas, también”. La sensación que ha dado toda esta campaña es que hay una candidata que se ha preparado toda la vida para este momento y un candidato que está ahí porque quiere demostrarse que puede estar ahí. Sin más.
Muchos como él lo intentaron antes: ahí está gente como Pat Buchanan que mantuvo el mismo discurso hostil que el neoyorquino sin alcanzar el número de electores suficientes para alcanzar la candidatura del Partido Republicano; o tipos aún más minoritarios como Ron Paul que ha representado el ala más conservadora (y tarada, porque Paul es un firme defensor de devolver a los USA al estado pre-federal que era en su etapa colonial y de no pagar impuestos). Ni siquiera Sarah Palin, que renunció al puesto de Gobernadora de Alaska en 2009 para prepararse para el asalto al poder en 2012, consiguió salir de los márgenes del Tea Party y lograr votos fuera del mismo para alcanzar la dichosa nominación.
Ha sido Donald J. Trump, un hortera de bolera, un empresario con más trampas que una película de chinos (en esta misma publicación contamos algunos de sus negocios fallidos más famosos), el que ha tenido el honor de ganar la candidatura del Partido Republicano a la Presidencia de los Estados Unidos en 2016 y llegar al último tramo de las elecciones con posibilidades reales de éxito.
Él mismo lo dijo: “Podría salir a la calle, pegarle un tiro a un tipo cualquiera y seguirían votándome”. ¿No es una forma deliciosa de decir que sus electores son tan idiotas como los que no van a ir a votarle?
La lectura de por qué un tipo así parece inmune a los escándalos (en plena campaña se descubrió que lleva años eludiendo el pago de impuestos o que opina que el poder te permite coger a cualquier mujer de la entrepierna y arrastrarla hasta la cama sin que rechiste) se suele fijar en el desencanto del electorado americano, en la incomodidad que una parte enorme de ese electorado sufre ante el futuro del país y, sobre todo, a los efectos devastadores de la crisis económica. Es cierto, Trump, como nadie, ha conseguido aunar ese desencanto y presentarse ante el ciudadano temeroso como una tabla de salvación.
Pero más allá de eso, lo que ha salvado a Trump el culo durante todo este tiempo es que es un personaje conocido por los electores. Sí, es imposible disociar la imagen de Trump de la América ‘triunfadora’ de Reagan, de esos años chiflados donde la clase media se compró lo que quiso, pudo invertir en bolsa y adquirió casas más grandes, coches más potentes, etc. Da igual que un frío análisis de los hechos nos diga que, en realidad, los años 80 supusieron el comienzo del remate de la economía industrial de los USA, la desaparición de muchísismos puestos de trabajo gracias a la deslocalización empresarial y, como no, se sufrió una crisis económica que no fue de esas que los economistas televisivos tildan de ‘cíclica’ si no, más bien, provocada por los bonos basura puestos de moda por gente como Donald Trump.
La nostalgia de aquella imagen de una ‘Great America’ (esa que Trump dice que va a recuperar pero no nos dice cómo) está pesando más en el elector medio estadounidense que todos los escándalos y todas las señales de idiotez que el candidato republicano ha lanzado en todos los medios de comunicación a su alcance.
La imagen del hortera pagado de sí mismo que viaja en un helicóptero por el país con su nombre impreso fuera, la del presentador de uno de los reality shows más brutales de la historia de la TV, ‘The Apprentice’, está pesando más que la figura de mujer de Estado de Hillary Clinton a la que se le ha colgado en sambenito de ‘candidata del poder’. ¿Es Trump menos ‘poder’ que Clinton? Paradójicamente, la experiencia de gobierno de Clinton, ha sido una de las lacras de su campaña. Digamos que mientras que Hillary estaba ayudando a dirigir el país, el bueno de Donald estaba esquilmando a sus inversores. Pelillos a la mar porque el votante medio americano (blanco, temeroso de Dios, acuciado por los temores y las deudas) se identifica más con el tipo que tiene pinta de entrar en el bar dando voces, que no pide jamás perdón, que parece llevar siempre razón y, sobre todo, que se ve con el poder moral de mantener a raya a minorías, emigrantes y liberales.
¿A quién prefieres? ¿Al tipo con el que te tomarías una cerveza comentando lo idiotas que son las mujeres y lo injusto que es eso de la discriminación positiva y el miedo que le tienes a toda esa gente que pasa la frontera, o al candidato que viene siendo retratado como inflexible y autoritario, ese que se parece a tu mujer cuando se enfada y que a tu mujer le parece la típica vecina que se cree demasiado buena para juntarse con las otras vecinas porque tiene una licenciatura en Yale?
El desencanto es una buena razón, la identificación con un tipo desagradable pero fascinante que parece que ha conseguido todo lo que tiene gracias a desplegar arrogancia y fe en sí mismo (otro punto a favor de Trump: toda esa mierda de los cursos motivacionales y los discursos, tan en boga, que hablan de perseguir tus sueños por todos los medios necesarios). Pero, sobre todo, la elección de Trump ha estado marcada por un hecho, culturalmente, más doloroso: el ojo se nos ha acostumbrado a los horteras.
¿Se acuerdan de esa foto de Kanye West disfrazado de Jesucristo, con corona de espinas y golpes como de Ecce Homo? Pues representa gran parte de la altísima cima de estupidez que ha alcanzado el mundo del espectáculo y, sin duda, uno de sus personajes más relevantes. ¿Tiene la culpa Kanye de la elección de Trump? No, claro. Evidentemente que no. Pero, sin duda, es uno de esos personajes que ha normalizado la idea de que tener talento no te habilita tanto para hacer el idiota como el hecho de ser rico. Recordemos que hace menos de cinco décadas se crucificó mediáticamente a John Lennon por decir que The Beatles eran más conocidos que Jesucristo y que, ahora, Kanye West puede identificar su figura con la de Cristo (o con la de Pablo Picasso…una espinita clavada porque no acabó la carrera que comenzó en la American School of Arts de Chicago) sin que a nadie se le mueva el bigote más de lo necesario.
Sí, está claro que fue Elvis el primer líder pop en desplegar una injustificada imagen de rico hortera. Elvis fue el Rey del Rock And Roll y el del mal gusto. Pero, por dios, Elvis era un camionero pobre que se convirtió en estrella de la música y los padres de Kanye West, Ray y Donda West, fueron, respectivamente, premiado fotoperiodista y jefa del Departamento de Lengua Inglesa de la Universidad de Chicago. Que Kanye, en esta faceta, haya sido capaz de adelantar a Jay-Z, un tipo de origen humilde creado en Beds-Stuy, y a otros raperos (siendo el hip hop un nido de egos descontrolados y de tirar el dinero porque se vive rápido; una falacia, desde la desaparición de tipos como Suge Knight del panorama ya no hay que disparar a nadie para grabar un disco) es francamente preocupante.
Kanye despliega esa seguridad arrolladora del que parece que no está seguro del todo de su talento (tremendo, por cierto), interrumpe entregas de premios, revienta en las entrevistas a otros artistas y, claro está, nos quiere dejar claro todo el tiempo que es capaz de diseñar ropa y zapatillas, de convertirse en un referente del mundo de la moda. Algo que ya hizo Victoria Beckham hace unos años y que, como quedó patente, consiguió porque era una clienta excepcional con ínfulas de diseñadora a la que le permitieron jugar un rato con las telas de los vestidos.
El hecho de que el artista se convierta en un hortera que te deja boquiabierto (hablemos aquí, por ejemplo, de un tipo como Pitbull) permite que la gente tome nota y crea que puede convertirse también en un maldito hortera. Un ejemplo: Cuando en Marzo de 2011 la cadena Comedy Central grabó el Roast dedicado a Donald Trump (un ‘roast’ es una celebración en la que se homenajea a una persona con una cena y algunos discursos donde se bromea con su personalidad y que la cadena americana ha convertido en show televisivo) invitaron a Mike ‘The Situation’ Sorrentino, uno de los protagonistas del reality show ‘Jersey Shore’. Tras una de las peores actuaciones cómicas que se recuerdan fue el único de todos los invitados (Seth McFarlane, Snopp Dogg, Marlee Matlin…) que dijo que sería buena idea que Trump se presentara a presidente de los USA. Echen cuenta de todos los ‘Situation’ que votarán a Trump y de todos los imitadores de ‘Situation’ que se han hecho con el control de franjas horarias televisivas y lanzan al mundo un mensaje completamente imbécil de enriquecimiento rápido y de culto así mismos.
Asusta Trump con su analfabetismo geográfico, sus guiños a Putin, su discurso absurdo sobre el aislacionismo y sus promesas de convertir la frontera con México con un muro gigantesco pero mucho más asusta el hecho de que de los medios masivos se haya apoderado la necesidad de enseñarnos lo peor, de mostrarnos un espejismo de enriquecimiento rápido, de individualismo mal entendido que es el que ha aupado a Trump hasta donde está en este mismo momento, a un solo paso de dormir durante cuatro años en el 1600 de la Avenida Pennsylvania de Washington DC.
De todos los horteras que enarbolan estos días la bandera de ser un hortera, Kanye, tú eres el peor porque, por talento, puedes optar por no enarbolarla. Kanye, maldita sea, baja un poco el pistón, enseña a la gente a ser mejor gente, dirige a las masas en la buena dirección si te quieres presentar a las elecciones de 2020 porque, es posible, que se te adelante otro hortera pagado de sí mismo más grande que tú. Kanye, queremos ver a Kim de primera dama así que esfuérzate un poco, haz como Beyoncé y Jay Z y muéstrale el camino a las masas, pon de moda el normcore de una vez.