Eduardo Mendoza es el flamante ganador del Premio Cervantes 2016, el máximo galardón de las letras españolas. ¡Toma! A Eduardo Mendoza hay que agradecerle que sea uno de esos escritores que con su obra ha conseguido que, al menos, dos generaciones de españoles se aficionaran a la lectura. No es fácil porque leer, el ejercicio de leer, suele ser algo ingrato y necesita de cosas de las que, casi siempre, creemos carecer como tiempo y concentración. Es más, se lee poco porque pocas veces se puede hacer alarde del asunto. Es decir: no es lo mismo tuitear ‘En el gym’ que tuitear ‘Aquí, leyendo a Emile Zola’.
‘La verdad sobre el caso Savolta‘ (1975) -reeditada luego bajo su título original, ‘Los soldados de Cataluña’- y ‘El misterio de la cripta embrujada‘ (1978) fueron la primera lectura ‘seria’ de mucha gente en sus años de instituto. Posiblemente, su etiqueta de escritor ‘best seller’, le ha alejado de los grandes premios literarios (No del Premio Planeta con el que se alzó en 2010 gracias a la novela ‘Madrid, 1936. Riña de gatos‘) y le ha regalado un trato un tanto displicente por parte de la crítica literaria que muchas veces, y de forma bastante despectiva, lo ha tildado de ‘escritor cómico’ como si la comedia fuera un género menor. En cierto modo ese desprecio sí forma parte de nuestro país donde, a duras penas, puedes encontrar un escritor cómico patrio que tenga el respeto del mundillo cultural fuera de Cervantes, Quevedo o Valle-Inclán.
En España apreciamos mucho la ironía, el sarcasmo y el trato a veces despiadado que Wolfe, Wodehouse u O´Henry regalan a sus personajes pero no gustamos de que los autores patrios trabajen semejantes rasgos porque tenemos pánico a sentirnos identificados. Paradoja esta la de vivir en un país que se autodenomina ‘lleno de cachondos mentales’ pero que solo disfrutan con sus propios chistes.
Eduardo Mendoza se ha caracterizado por ser desternillante y, claro, en este caso tampoco nos ha parecido nunca que esto tenga mucho mérito porque, claro, en este país todo el mundo tiene un humorista en su interior.
Pese a todo este señor de aspecto amable nos gana a todos en lo que ha provocar la risa se refiere. Ahí está la saga del Detective anónimo formada por ‘El misterio de la cripta embrujada‘, ‘El laberinto de las aceitunas‘, ‘La aventura del tocador de señoras‘, ‘El enredo de la bolsa y la vida‘ y ‘El caso de la modelo extraviada‘ publicados entre 1978 y 2015. Su detective anónimo, pese a no tener nombre, es uno de los personajes mejor construidos de la literatura española contemporánea. A la altura del ‘Pijoaparte’ de Marsé. Un chalado pobre como una rata que está enganchado a la Pepsi Cola y que resuelve con sus artes de ratero y buscavidas los casos más retorcidos e idiotas. Una versión moderna del pícaro del Siglo de Oro y, a la vez, un reflejo cómico de la realidad del español medio atrapado en un manicomio llamado ‘España de Franco’ que tiene que buscarse las castañas.
No se puede olvidar aquel experimento de novela por entregas publicado en El País titulado ‘Sin noticias de Gurb‘ (1991). Aquel verano recuerdo acudir al quiosco cada mañana a primera hora para comprar el diario y sentarme en cualquier parte a partirme la caja con las aventuras de un extraterrestre que busca a otro, llamado Gurb, por la Barcelona pre olímpica (experimento que reprodujo en 1993 con una historia de ciencia ficción titulada ‘El último trayecto de Horacio Dos‘) o en ‘El asombroso viaje de Pomponio Flato‘.
El humor de Mendoza se encuentra en cualquiera de sus libros, incluso en los más serios, en pequeños detalles como el final de ‘El año del diluvio‘ (1992) o en apariciones fantasmagóricas que te cogen a contrapelo en casi todas sus novelas.
Es por esto que el autor catalán no haya caído nunca tan bien como para regalarle los homenajes institucionales que se le regalan a otros autores de menor calado entre los lectores pero que sí cuentan con la vitola de intelectuales (como si lo de Mendoza fuera más entretenimiento que trabajo).
Entrevista con Eduardo Mendoza en RTVE
Eduardo Mendoza no ha sido nunca de recibir homenajes del Gobierno central de turno porque no cuenta con una adscripción política definida y tampoco por parte de las autoridades catalanas a las que, por estas cosas de no quitarnos el pelo de la dehesa, nunca le gustaron novelas como ‘La ciudad de los prodigios‘ (1986) que era una historia muy poco amable y conciliadora sobre la construcción de la Barcelona modernista. Al parecer el relato no cayó bien entre los pretendidos ‘padres fundadores’. Es normal, los males de la península ibérica son compartidos de forma transversal por todos sus pueblos.
Pero, en el fondo, da igual porque este Cervantes acercará un poco más a Eduardo Mendoza a los lectores y hará más comprensible para mucha gente que el ejercicio literario puede definirse con parámetros diferentes a los que aceptamos como canon intelectual. Es más viene a recordarnos que en nuestro país hay unos cuantos escritores que vendieron muchos libros (antes de Juan Gómez Jurado, Matilde Asensi, Carlos Ruiz Zafón o Arturo Pérez Reverte) y que nunca fueron tomados muy en serio. Nombres como Corín Tellado, Alvaro de la Iglesia, Marcial Lafuente Estefanía, Ángel Palomino, José Luis Martín Vigil… quizás no les suenen ahora pero, más de uno de ellos, en las circunstancias actuales hubieran probado las mieles del triunfo y cierto reconocimiento aunque sea, solamente, el de haber acercado la literatura a la gente y haber animado a muchas personas a coger un libro. Díganme ustedes si Corín Tellado no le pegaba 40.000 vueltas a ’50 sombras de Grey’.
Como lector de Mendoza me alegro del premio concedido pero me alegro más por el hecho de que en nuestro país se vayan borrando las fronteras entre la alta y la baja cultura que no es que nos vaya a dar de comer pero, al menos, nos hara un poco menos felices y un poco menos idiotas.
[ FOTO DE APERTURA: JOAN TOMÁS – INSTITUTO CERVANTES DE BERLÍN ]