Como todo el mundo llegué a Emmanuel Carrère por ‘El Adversario‘ (1999).
El 9 de enero de 1993 el apacible médico Jean Claude Romand mató a sus hijos, a su mujer y a sus padres y luego intentó, sin éxito, suicidarse tomando una dosis masiva de un medicamento que, desconocía, era inocuo para semejante empresa. Si no lo sabía era porque Jean Claude Romand no era médico. No había terminado la carrera aunque había convencido a todos los que le rodeaban de que sí. Tampoco trabajaba en la sede de la OMS en Suiza aunque había convencido a todo el mundo de que sí y tampoco llevaba una vida tan aburrida, sencilla y sin sobresaltos como todo su entorno pensaba. Incapaz de confesar sus pecados decidió matar a todos sus seres queridos y, de haber sido posible, a todos los que le conocían para comenzar una nueva vida.
El texto suponía un paso más en la ‘no ficción’ hasta el punto de que no se sabe bien si estamos ante un texto periodístico larguísimo o ante una novela que tiene como base un hecho tan real como espeluznante.
La novela no revelaba la identidad de un monstruo oculto tras una careta de normalidad. Romand no era un hombre atroz. Era, y esto es lo brutal, nada. Tras la estructura de su vida tranquila no se encontraba otra pulsión que no fuera la de seguir manteniendo su vida más allá de una infidelidad que, por otro lado, encajaría como un guante en una narración literaria de medio pelo como reflejo de muchas vidas reales. Quizás la única meta que Carrère no consiguió alcanzar con ‘El adversario’ fue, justamente, explicarnos quién es de verdad Jean Claude Romand pues fue incapaz de sacarle ni una sola palabra que no sonara a falsa o impostada, a pura literatura.
Se hicieron dos más que interesantes películas basadas en Romand que coincidieron en el año de su estreno: ‘El adversario‘, de nacionalidad francesa y basada en el texto, y ‘La vida de nadie‘ (Eduard Cortés) de nacionalidad española y basada solamente en el caso.
El apasionante experimento llevó a Carrère a escribir ‘Limonov‘ (2011), la apabullante historia de un disidente de sí mismo; de un intelectual estrafalario, de un poeta menor nacido en la URSS que, tras pasar un larguísimo tiempo en el exilio y convertirse en un personaje contracultural, volvió a Rusia en calidad de líder del Partido Nacional Bolchevique como una figura que pretendía renovar el país abrazando el nacionalismo furibundo pero sin olvidar las raíces socialistas de la desaparecida Unión Soviética. Los auges y caídas de Limonov se van entretejiendo con el ascenso de Vladimir Putin al poder convirtiendo ‘Limonov’ en un texto a medio camino entre la tragedia y la comedia.
Con estas dos novelas Carrére hacía confluir su trabajo como ensayista (tiene un brillante texto dedicado a Werner Herzog publicado en 1982 y el más conocido -y atrabilario- ‘Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos‘ de 1993 dedicado a analizar la figura de Philip K. Dick) y novelista.
Como novelistas Carrère nunca ha alcanzado la fama que con sus dos títulos de no ficción dedicados a otras personas porque ‘Una novela rusa‘ pudiera entrar ligeramente en esa categoría por su carácter autobiográfico al igual que ‘De vidas ajenas‘ (2009) o ‘El Reino‘ (2015)…un poco en la forma en la que ‘El jinete polaco’ (1991) es una ‘no ficción’ sobre su autor, Muñoz Molina o ‘el impostor’ (2014), ‘Anatomía de un instante’ (2009) o ‘Soldados de Salamina’ (2001) se entrelazan con la vida de Javier Cercas. Es decir, giran en torno a su experiencia vital: por un lado el impacto de la desaparición del abuelo paterno en 1944 -posiblemente asesinado por colaboracionista- y, por otro, el intento por resumir su vida y la de su entorno en un texto de amplio espectro psicoanalítico que fue sancionado, antes de su publicación, por todos los que aparecen en él.
Con ‘Bravura‘ Carrere vuelve a la senda de la narrativa de ficción pura aunque, como no podía ser de otro modo, el autor nos hace partir de un hecho real: la reunión que en el ‘no verano’ de 1816 se llevó a cabo en la Villa Diodati de Suiza donde, una noche, Lord Byron, Polidori (su médico personal) y el matrimonio Shelley formado por Percy Shelley y Mary Shelley jugarían a crear historias de terror. De aquella reunión saldría triunfadora Mary Shelley que escribió ‘Frankenstein o el moderno Prometeo‘ que sería publicada dos años después y se convertiría en un clásico de la literatura mundial. Polidori pondría las bases de su única obra notable: ‘El vampiro‘. Considerada como el texto que inspiró, en gran parte, a Bram Stoker para escribir años más tarde su ‘Drácula‘.
En este último se centra Carrère para diseccionar una historia que, en su arranque, no deja de recordarnos a ‘Remando al viento‘ (1988), aquella película de Gonzalo Suárez basada en los mitos trágicos del romanticismo y que, además de ser el primer papel serio de Hugh Grant, contenía el regalo de ver al grandísimo José Luis Gómez interpretando al, como lo llamaban Byron y Mary Shelley, “pobre Polidori”.
Polidori se nos presenta en la novela como el chuzo y adicto al láudano que fue sin necesidad de que el monstruo de Frankenstein, como en la película de Suárez, se presente en pantalla como un presagio del destino terrible de sus protagonistas. También como ese rencoroso, al estilo de Salieri, que masticaba la tragedia de haber sido el convidado de piedra en un banquete lleno de ilustres escritores que sí estaban llamados a pasar a la historia. La vida de Polidori en Londres que transcurre entre colocón y colocón le provee de una desconexión casi completa de la realidad y, con ella, despega ‘Bravura’ donde están presentes todas las dudas con las que Carrère viene hablando sobre la construcción de la realidad y de la existencia. ¿Es Polidori real? ¿Es solo una ficción muy bien construida por otro autor y solo es percibida como real por el propio Polidori?
Imposible, en este punto, reconocer a ‘Bravura’ dentro de un solo género literario pues tiene elementos de todos los géneros que pueda uno imaginar desde la ciencia ficción, hasta la novela gótica o la histórica. No es el género, no es la etiqueta lo que define la obra, ni mucho menos, y sí lo es el propio estilo de Carrère y los buenos recursos que demuestra a la hora de estructurar y ofrecernos una novela perfecta en eso de llevar al lector a varios niveles de comprensión, sin necesidad de detenerse demasiado en los detalles, tratándolo de tú a tú.
Se puede decir que ‘Bravura’ transcurre sin sorpresas, es decir, el autor no necesita de trucos malos para hacer entretenida la historia o para mantener la tensión. Los personajes se explican por sí solos, lo que ocurre se explica bien en el entorno de esos personajes y Carrère ha dotado a todo el texto del ambiente necesario, del paisaje creíble y a la vez chiflado que una novela como esta necesita.
Retomemos la referencia visual de la película de Gonzalo Suárez, de ‘Remando al viento’, aquella escena mítica en la que unas jirafas cruzaban un prado, aquella mezcla de realismo y ficción sobre la que se sustentó el romanticismo y su reverso tenebroso, el gótico literario, y díganme si aquello no estaba también entre lo palpable y lo increíble. Esa es la sensación que te deja ‘Bravura’, que todo es posible si se escribe o, al menos, que si se escribe comienza a percibirse como real, que la ficción puede construir cosas palpables como la vida de Jean Claude Romand o la vida novelera de Lemonov. ¿Realidad? ¿Ficción? Solo literatura. O no.