Vi la versión cinematográfica de ‘El cuento de la doncella’ (1990), la novela de Margaret Atwood allá por los años 90. La estrenó Canal + (¡Dios mío, aquella cadena era lo más de verdad!) y me dejó en trance durante un tiempo. El guión corrió a cargo del dramaturgo Harold Pinter -que ganó el Premio Nobel de literatura en 2005- y la dirección fue cosa de Volker Schlöndorff, un director alemán tan solvente como difícilmente recordable pese a acumular películas tan grandes como ‘Diplomacia’ (2014), ‘El noveno día’ (2004), ‘El silencio tras el disparo’ (2000), ‘El tambor de hojalata’ (1979) , ‘Tiro de gracia’ (1976) o ‘El honor perdido de Katharin Blum’ (1975). Schlöndorff, muy currante y muy alemán, había estado intentando meter la cabeza en el cine americano desde mediados de los 80 y solo había conseguido rodar dos telefilms bastante solventes (‘La muerte de un viajante’ con Dustin Hoffmann y John Malkovich y ‘Viejos recuerdos de Louisiana’). ‘El cuento de la doncella’ fue su primer estreno en cine. Y no fue gran cosa. Pese a su prestigio y el de Pinter, el presupuesto fue bajo y fue imposible contratar a grandes estrellas ergo, la distribución fue mínima y no tuvo mucha repercusión.
No me cabe duda de que ‘El cuento de la doncella’ fue una película que no funcionó bien en el ‘boca a boca’. No es de esos relatos que suele funcionar bien en épocas de bonanza económica y donde nada parece amenazar la tranquilidad de los ciudadanos. Es de esas películas que, el personal, cuando las ve en la cartelera y tiene el bolsillo lleno piensa: ¿Y esto a qué viene ahora? ¿Por qué se perturba así la paz social?
Tranquilos, es una reacción muy humana. Hasta los más descreídos piensan, muy en el fondo, que un cuento pesimista es, en el fondo, un mal augurio o, peor, un encantamiento de magia negra que atraerá la mala suerte sobre nosotros.
Por otro lado: lo cierto es que el género, los géneros, no atraían tanto presupuesto ni tantos espectadores como ahora. Mucho menos el género fantástico o de terror allá por el comienzo de los 90. Es por eso que una distopía sobre un Estados Unidos que se ha convertido en una dictadura llevada por fanáticos religiosos y ha cambiado su nombre a Gilead no pareciera lo mejor en un momento en el que se acababa de caer el Muro de Berlín, se estaba liquidando la política de bloques, la Guerra Fría y, sobre todo, se ahuyentaba la posibilidad de que hubiera una Guerra Nuclear inminente que era lo que veníamos esperando desde, más o menos, la crisis de los misiles cubanos en 1962.
‘El cuento de la doncella’, por si había alguna duda, era una buena adaptación, tenía un guión solvente, unas buenas interpretaciones y, como ya digo, te dejaba pegado a la silla.
En plena crisis económica, con Europa echando humo por los remaches, el terrorismo islámico, la alt-right, Trump y, como remataría Pedro Ruiz, ‘y la madre que los parió’ llega una nueva versión de la novela de Margaret Atwood en forma de serie de TV. Y con la marca de los tiempos que vivimos: mucha calidad, con un buen reparto, con mucha pasta, tratada con mimo y hasta el último detalle y, lo que es mejor, en un formato que permite una mejor adaptación aún de un texto literario.
El mundo de Gilead, el lugar que han refundado los fanáticos americanos en lugar de los Estados Unidos, es un mundo arrasado por la contaminación, las ejecuciones públicas y donde las mujeres fértiles escasean hasta el punto que los chalados que dirigen semejante manicomio han decidido reeducarlas en centros de detención, ponerles un uniforme, borrarles la identidad, que tomen un nuevo nombre y repartírselas para fecundarlas. Solo los hombres de la clase dirigente tienen derecho a que les asigne una ‘doncella’, además de su mujer, para tratar de fecundarlas una vez al mes en una liturgia conocida como ‘la ceremonia’. La esposa pone a la doncella sobre su regazo y la sujeta por las muñecas mientras que el marido la penetra (completamente vestido).
Las mujeres, esclavizadas, no tienen otro objetivo que servir como madres (si son fértiles) o trabajar como empleadas del hogar o controlando la reeducación de otras mujeres en el papel de ‘tías’.
Bruce Miller, profesional de la TV que ha estado al cargo de ‘Eureka’ o ‘Los 100’ o ‘Alphas’, ha sido el encargado de coordinar esta pesadilla monstruosa en la que se entrecruzan todos los malos presagios de la humanidad en los tiempos actuales: fanatismo religioso, extremismo conservador, falta de recursos naturales etc.
La serie deja sin aliento desde el primer minuto de su visionado y, por la cabeza del espectador, comienza a rondar la idea de mareo y/o darle al botón de pausa y tirar el dispositivo de visionado por la ventana. Quizás sí, quizás este sea el momento de haber estrenado una serie que, en el fondo, es un augurio jodido en unos tiempos bastante jodidos. Ni que decir tiene que si Trump ha desfasado, en cierto modo, a series como ‘House of cards’ (ya hay un villano real, en la vida real, en la Casa Blanca real, en la América real) esto solo parece adelantarse una década, quizás menos, a lo que haría un tipo como Steve Bannon si le dejaran un poco de manga ancha.
‘El cuento de la doncella’ transfiere a nuestras cabecitas la experiencia de ser mujer en países musulmanes, por ejemplo, o la forma en la que las sociedades occidentales resbalan poco a poco hacia la eliminación de todo lo que parece diferente y, por lo tanto, peligroso para la supervivencia. Finalmente, y esto será chocante para el espectador anglosajón, se quita de un plumazo cualquier pensamiento positivo sobre el tiempo de los colonos puritanos que, en cierto modo, es el que la alt-right viene queriendo resucitar y poniendo como modelo. ¿Sensación? Incluso para un europeo la sensación de es asfixia total y la certeza de que no estamos muy lejos de que un chalado tumbe la la balanza del poder hacia grupos paramilitares, declare el toque de queda en todo un país (occidental y civilizado) y se ponga a legislar contra las minorías.
El peso dramático recae sobre una espectacular Elisabeth Moss (la recordarán ustedes como la Peggy Olson de ‘Mad Men’) que interpreta a la protagonista, Offred, que era una mujer libre y vive ahora la pesadilla de ser una esclava sexual en la casa de un matrimonio formado por El Comandante (Joseph Fiennes) y su esposa Serena Joy (Yvonne Strahovski) y que ve como su mundo anterior se ha diluido y, frente a ella, solo le queda la opción de sobrevivir callada o de intentar escapar a Canadá.
Muy interesante, y muy bien usado, el recurso de la voz en off de la protagonista que, lejos de ser sumisa ante la situación, es la que explica mejor el punto de vista de lo que estamos viendo más allá del panorama apocalíptico de ruinas, destrucción del patrimonio artístico y gente colgada de grúas en plena calle para dar ejemplo. Teherán, Bagdad, Aleppo, NY en el 11-S, la América de Trump, la Francia de Le Pen…
Interesante porque da esperanza (la gente no suele rendirse) y porque hace más realista el relato: la protagonista parece permanecer sumisa pero, en el fondo, es crítica. Una mujer puede llevar un velo pero siempre podrá pensar que el velo es una porquería que le obligan a llevar y podrá pensar que, en algún momento determinado, hará lo posible para no tenerlo que llevar jamás. En el fondo: un buen ejemplo de cómo funcionan los regímenes totalitarios y de la reacción de los que los sufren, de sus víctimas.
En fin ‘El Cuento de la doncella’, pese a lo desasosegante, es una serie de TV de primerísimo nivel. Una buena oportunidad para recuperar el género distópico en su forma más genuina, sin rastro de ironía. Ese universo asusta porque lo percibimos como cercano, como esa mezcla chunga de encajar alta tecnología en un entorno asquerosamente rancio y atrasado, pensamiento medieval pero armado con lo último de los avances militares, una bestia enferma que nos recuerda que en algún momento caeremos no en manos de los radicales religiosos extranjeros si no en las garras de los nuestros. Échense a temblar y disfruten de un bol de palomitas, quién sabe si será el penúltimo.