Pongámonos exquisitos por un momento y recordemos a Max Estrella y Don Latino, protagonistas de ‘Luces de Bohemia’ de Ramón María del Valle Inclán, en la duodécima escena de la obra. En ella ambos mantienen este lúcido diálogo de borrachos:
MAX: Los ultraístas son unos farsantes. El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato.
DON LATINO: ¡Estás completamente curda!
MAX: Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada.
DON LATINO: ¡Miau! ¡Te estás contagiando!
MAX: España es una deformación grotesca de la civilización europea.
DON LATINO: ¡Pudiera! Yo me inhibo.
MAX: Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.
DON LATINO: Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato.
Por completar: hacen mención a la calle de Álvarez Gato, aledaña a la Plaza de Santa Ana, conocida por los madrileños como ‘Callejón del Gato’ o ‘Calle del Gato’ en la que se encontraban dos espejos deformantes de buen tamaño que servían como reclamo de una casa de comidas. Los espejos originales fueron destruidos por unos subnormales y restaurados por el actual dueño del local que los mantiene dentro mientras que fuera existen todavía dos copias de plástico. El bar actual es un establecimiento de los dueños de ‘Las Bravas’.
No creemos que Tina Fey y Robert Carlock tuvieran en mente a Valle Inclán cuando escribieron ‘Rockefeller Plaza’ o ‘Unbreakeable Kimmy Schmidt’ o que conocieran las bases del ‘esperpento’ valleinclanesco pero, sin duda, no han creado nada nuevo. No le sorprendería a Don Ramón, el primer español que quedó seducido por el invento de la televisión, que su obra hubiera trascendido a la caja tonta con resultados tan notables siendo adaptada su idea a un país tan lejano como Estados Unidos y por dos autores que, seguramente, no serán especialistas en su obra.
Si ‘Rockefeller Plaza’ era una ajustada deformación del día a día de ‘Saturday Night Life’ (Saturday Night Life paseándose por la Calle del gato de Madrid) lo que, con escalofriante comicidad, daba una idea bastante certera del día a día del programa y de cómo se gestiona el triángulo de amor y desamor existente entre ejecutivos-guionistas/currelas-estrellas mediáticas, ‘Unbreakeable Kimmy Schmidt’ ha ido mutando hasta convertirse en un reflejo también deformado de toda la sociedad norteamericana. Bueno, en realidad, todo lo que se ha producido posteriormente a la entrada de Trump en la Casa Blanca parece un testimonio del nivel esperpéntico que vive la política americana y, por ende, la sociedad. Notables chistes sobre la no elección de Hillary Clinton y alguna patada en la espinilla de Trump se cuelan en los episodios de esta recién estrenada tercera temporada pero, también, gloriosas reflexiones sobre la gentrificación, la generación milennial, el feminismo de tercera ola, el racismo…
La serie es un esperpento de principio a fin. En el buen sentido. Kimmy (Ellie Kemper), la protagonista, ha pasado los últimos 15 años de su vida secuestrada en un bunker a manos de un chiflado junto con otras mujeres. Al salir de allí, y en pleno barullo mediático, decide quedarse a vivir en NY y comenzar una nueva vida. Acaba compartiendo apartamento con un actor y cantante fracasado Titus Andromedon (Tituss Burguess) y soportando a una casera chalada mentalmente estancada en los 70, Lillian Kaushtupper (Carol Kane), que mantiene una relación romántica intermitente con Robert Durst (Fred Armisen) –A Durst lo recordarán porque es un personaje real, existe de verdad, su historia criminal se cuenta en la serie documental ‘The Jinx’ y en la película ‘Todas las cosas buenas’ en la que le interpretaba Ryan Gosling- y con un trabajo como “nanny” en la casa de una mujer florero llamada Jacqueline White (Jane Krakowski).
Tan lejos y tan cerca, como diría Wim Wenders, porque un posicionamiento tan aparentemente alejado de la realidad –un planteamiento chalado- se torna completamente real o, por lo menos, sirve de lupa para hablar de temas interesantes y candentes poniéndole chicha y, a la vez, pasando por ser completamente intrascendentes.
Grandes guiones donde se repasan todos los recursos cómicos inventados más que nada porque el ritmo de chistes es tan alto, hay tantos, que es necesario no repetirse. Grandes interpretaciones a cargo de Ellie Kemper, a la que recordarán de su papel en ‘The Office’, que clava su papel de chalada perdida en el tiempo (atentos a la actriz que hace de su padre y que aparece al final de la segunda temporada) y, claro el hasta ahora desconocido Titus Burguess, antes actor de doblaje y de teatro, y a la veterana Carol Kane o a Jane Krakowski que están a un altísimo nivel cómico. La cosa se completa con secundarios de campanillas como John Hamm, Tina Fey, Amy Sedaris, el mencionado Fred Armisen, Laura Dern y un larguísimo etcétera de talentos.
Los fans de la serie no notarán cambios en el estilo y en la forma en la que se desarrollan las tramas porque parecen calcos de las dos temporadas anteriores en cuanto a mecánica pero sabrán agradecer la aparición de nuevos personajes y el modo en el que se ha estirado el arco de los que ya estaban.
En fin, aunque la visión de la serie pueda cambiar con el paso del tiempo, es lo que tiene la era Trump y el cambio de significado tan profundo que supone (¿No sienten que da mucha pena ver todos esos programas y recordar todos esos chistes que se hacían cuando pensábamos que sería troceado?), lo cierto es que ‘Unbreakeable Kimmy Schmidt’ sigue siendo una comedia de grandísimo nivel, para reírse mucho y para reflexionar a posteriori sobre lo que se está viendo. Una prueba: sentirán, en un momento determinado, que se identifican con esos personajes tan chalados pese a que parece que viven en una realidad deformada. No les queda duda: Kimmy Schmidt es una deformación grotesca de la civilización USA pero, curiosamente, viene a encajar como un guante porque su tercera temporada ha sido estrenada en el momento en el que USA pasa por un momento especialmente grotesco.