La primera vez que vi porno tenía 10 años. Era 1996. Seguía creyendo en los Reyes Magos, en que mis padres se querían y que una mujer se quedaba embarazada pidiéndoselo a Dios.
Mi hermano grababa las porno de Canal + en cintas VHS nada sospechosas como “La Princesa Prometida” o “Lady Halcón”. Una tarde de verano puse el VHS de ‘Ghost’. Demi Moore estaba llorando y de repente apareció una chica rubia desnuda con pintalabios por toda la cara haciendo sonidos muy raros y un chico le pegaba en la cabeza con su pito. Yo estaba totalmente horrorizada. Por fin comprendí por qué mi madre no me dejaba ver películas para mayores como ‘Forrest Gump’ o ‘Mientras Dormías': seguro que pasaba eso o algo peor.
Después de esto, ver ‘Trainspotting‘ a escondidas fue como ver una peli Disney. Me gustó porque era sucia, desagradable, salía Ewan McGregor y no entendía nada. Se convirtió en un referente de aquella época de la preadolescencia de la que no recuerdo prácticamente nada: sólo películas, discos y canciones.
Ewan McGregor ha salido de un váter lleno de mierda, ha sido chico Jane Austen, ha sido Obi-Wan Kenobi de joven, ha vivido el Glam Rock, ha cantado y bailado por los tejados de París, nos ha hecho soñar en ‘The Big Fish‘, nos ha hecho cagarnos en todo con el horror de ‘Lo Imposible’, se ha recorrido el mundo en motocicleta, y lo más importante: es el actor que más veces ha salido en la zona caliente de Fotogramas.
También ha cometido crímenes horribles contra la Humanidad como ‘Miss Potter’ y otras tantas películas que acaban en Cosmopolitan TV. Se lo perdonamos porque es Ewan McGregor: es tu padre, tu hermano, tu marido, tu amante, tu hijo, tu cuñado, tu mejor amigo, tu compañero de oficina, el cajero del supermercado, tu vecino, … Ewan Mcgregor resulta extraordinario en su normalidad, el referente que necesitamos para seguir creyendo en las pequeñas cosas. Las grandes nos quedan todavía un poco lejos.
‘Trainspotting 2‘, aunque innecesaria, funciona como un entretenido ejercicio de nostalgia para esa generación de hijos del Tardofranquismo y de la Transición que vieron la primera película hace 20 años y que se emocionan con los anuncios de Coca Cola y de la Lotería de Navidad.
En 1996 veíamos la televisión en familia, leíamos antes de acostarnos, quedábamos para morrearnos, y nos informábamos de la actualidad más inmediata con el teletexto. Pensábamos, hablábamos, nos enamorábamos, idealizábamos e idolatrábamos más y mejor. Los famosos eran putos dioses, y la única forma que teníamos de estar en contacto con ellos era a través de la gran (o pequeña) pantalla, de sus pósters con churretes al lado del crucifijo en nuestro cuarto o mandando cartas bochornosas de amor platónico a un apartado de correos que contestaba un señor de 60 años de Alabama.
Hoy estamos a tan solo un click de Ewan McGregor pero él y 1996 están tan lejos como Trappist-1.
Choose Internet. Choose Life.
[ Ilustración: JORGE ESTEBAN]