El draft de la NBA de 1950 pasará a la historia por ser el primero en el que los equipos de la liga profesional de baloncesto más importante del mundo se pasaron la regla oficiosa de no contratar jugadores negros. Así los Celtics eligieron en el primer puesto de la segunda ronda del draft a Chuck Cooper y los Washington Capitols a Earl ‘The Big Cat’ Lloyd en novena ronda (¡novena!). Ese mismo año Nat ‘Sweetwater’ Clifton fue traspasado de los Harlem Globetrotters a New York Knicks por 12.500 dólares sin haber sido elegido en ningún draft. Globetrotters, como antes los increíbles NY Rens, eran ‘barnstorming teams’. Equipos profesionales que no militaban en ninguna liga y se ganaban la vida con partidos de exhibición y participando en torneos privados. Los Rens y los Globetrotters, claro está, fueron los que pondrían la semilla del baloncesto moderno ofreciendo un estilo de juego más dinámico y espectacular que era el que hacían los jugadores afroamericanos.
Lloyd tendría el honor de convertirse en el primer jugador negro en jugar un partido de la NBA, Cooper lo haría un día después y Clifton cuatro más tarde.
Pese a que Celtics fue el primero en elegir a un jugador negro y el hacerse con los servicios de la primera estrella de la liga, el afroamericano Bill Russell, iniciando un recorrido hegemónico en la NBA eso nunca fue óbice para que fuera acusado de tener cierto tufillo racista a comienzos de los años 80. La verdad: Frente al equipo que comenzó a disputarles la hegemonía en los 80, Los Ángeles Lakers, con una mayoría de jugadores negros (una tendencia ya irresistible en la NBA) y con un solo jugador blanco de referencia –el tipo de las gafas de concha, Kurt Rambis- , los Celtics destacaban por acumular jugadores blancos de talento (Walton, McHale, Ainge…¡Larry Bird!). Los Ángeles era la ciudad del pecado y Boston la capital católica de los USA. Los Lakers tenían a unas cheerleaders que ya le hacían la competencia a las cheerleaders de los Dallas Cowboys (mito sexual y de la cultura pop de referencia indispensable para entender la profundidad irónica de ‘El eterno intermedio de Billy Lynn’, la estupenda novela de Ben Fountain) y los Celtics NI SIQUIERA TENÍAN CHEERLEADERS.
El actor John Savage interpretaba a Clifton, que parecía el único vecino blanco de Brooklyn, en ‘Haz lo que debas’. En su fugaz aparición, solo una secuencia, tenía una trifulca vestido con una camiseta de los Celtics que lucía el número 33 y el nombre de Larry Bird. Spike Lee ya se adelantaba a toda la discusión sobre la gentrificación de Brooklyn introduciendo a este personaje que habría llegado al barrio atraído por los precios bajos de sus viviendas. Luego, ciertamente,serían unos miles más los que “invadirían” el barrio. Como dice Michael Che en su especial de comedia ‘Michael Che Matters’: “¿Sabéis lo aterrador que era Brooklyn antes de que las mujeres blancas decidieran quedárselo? Era el lugar más terrorífico del mundo. Había cantidad de raperos cantando “no vayas a Brooklyn, si vas a Brooklyn te mataré”. Yo ni me acercaba por allí. Ahora no hay nada más aterrador que esas mujeres ricas diciendo: “Brooklyn es nuestro ahora”. Creo que fueron esas mujeres blancas las que mataron a Biggie Smalls”.
¿Saben? Spike Lee fue acusado de racista y de ridiculizar a los blancos. No tanto por los papeles de Danny Aiello, John Turturro y Richard Edson que interpretaban a la familia de italoamericanos que regentan la pizzería del barrio y que son los detonantes de la trama principal del film como por el hecho de haber puesto ahí a Savage, un “verdadero” neoyorquino frente a los italianos, con esa camiseta de los Celtics de Boston. ¿Qué hace un verdadero knickerbocker con una camiseta de un equipo profesional de Boston? ¿Saben de la rivalidad del Barça y el Madrid? Pues es similar entre los aficionados de los Boston Red Sox y los NY Yankees. ¿Se imaginan que alguien introduce a un “verdadero” barcelonés y le pone una camiseta del Real Madrid? ¿Qué broma es esta?
El caso es que ‘Haz lo que debas’ fue considerada ‘racista’ por un nutrido grupo de estadounidenses. Un director negro tenía la desfachatez de hablar mal de todo el mundo: puertorriqueños (un poco menos), coreanos, italoamericanos…si escarbas un poco en la cuestión te das cuenta del nivel de autocrítica que encierra la película con los propios afroamericanos pero, ya saben, eso es tan complicado como entender que los Celtics de Boston fueran los primeros en draftear a un jugador negro en los años 50, que Robert Parrish y Dennis Johnson (afroamericanos) fueran jugadores indispensables de los Celtics de los 80 o que estuvieran entrenados por K.C. Jones (afroamericano, compañero de Bill Russell que llegó el mismo año a los Celtics). No les extrañe que en la grandísima ‘GLOW’ el personaje de Liberty Belle (interpretado por Betty Gilpin) diga que solo cree tres grandes estadounidenses: Ronald Reagan, el mísmisimo Jesucristo y…¡Larry Bird!
Spike Lee inauguraría una tendencia ‘política’ del cine afroamericano. Una tendencia visible y comentable. Hasta la fecha el llamado ‘blaxplotation’ de finales de los 60 y los 70 era considerado un género menor dirigido a un público potencialmente negro, que se distribuía en circuitos de cines para una audiencia negra. No sería bien valorado hasta que un director blanco, Quentin Tarantino, reivindicara a Pam Grier y, con ella, a toda una serie de actrices, actores y directores negros como Melvin Van Peebles (acuñador de las ‘badass movies’, director de ‘Shaft’ y papá de Mario Van Peebles).
Los dos anteriores largos de Spike Lee, ‘Nola Darling’ (1986) y ‘Aulas turbulentas’ (1988), ya fueron comentados por el hecho de no parecer trabajos de un director negro. Sí, así se las gasta la crítica a veces.
John Singleton, tras la senda de Spike Lee
Fue el director John Singleton el primero de su generación en aprovechar la puerta que acababa de abrir Spike Lee en Nueva York. Singleton no responde, como tampoco Lee, al estereotipo negativo afroamericano. Tampoco a la realidad del afroamericano medio. Singleton viene de un hogar estable, de una familia estructurada y fue un alumno brillante de la USC (University of South California) y de su programa de cinematografía que, básicamente, te asegura la posibilidad de trabajar para los grandes estudios hollywoodienses. Un hecho casi imposible para un director afroamericano en aquel momento.
Debuta en la dirección con ‘Los chicos del barrio’ (1991), una película cruda que, desde su comienzo, anunciaba que la vida media de un afroamericano nacido en la periferia de Los Ángeles se asemejaba peligrosamente a la de un ciudadano de Bangladesh. Muy reivindicativa, y con menos sorna que las producciones de Spike Lee, la película contaba la historia de Tre (Cuba Gooding Jr.) y de Doughboy (Ice Cube). Uno que está a punto de entrar en la universidad y a tomar una vida corriente y otro que tiene sus días contados como pandillero. Uno que sobrevivirá a su adolescencia en Compton viviendo fuera del barrio y otro que se quedará allí. Con un tono brutal y francamente pesimista Singleton le sacaba los colores a los Estados Unidos. No sin cierta elegancia. Poniendo de manifiesto la maldad intrínseca de un sistema racista que estaba ahogando a la comunidad negra en unos barrios sin infraestructuras y sin futuro donde el comercio local había quedado en manos de otros inmigrantes (esto es una constante también del primer cine de Lee), donde se multiplicaban las tiendas de armas y alcohol, donde no llegaba el dinero para educación y servicios, donde los embarazos adolescentes estaban a la orden del día y, sobre todo, donde las pandillas y las drogas, en este caso el dichoso crack (también hay una cierta coña en ‘GLOW’ sobre la obsesión y la proliferación del crack y su alcance real), estaban diezmando a todo un grupo de población.
El éxito de ‘Los chicos del barrio’ oscureció el estreno de ‘New Jack City’, la interesante (y molonísima) película en la que Mario Van Peebles contaba, en clave de acción, cómo se implantó el crack en las calles. El camino que marcó Singleton, tras Spike Lee, ha hecho que nos vayamos acostumbrando no sólo a un número cada vez mayor de actrices y actores afroamericanos si no, también, a un número cada vez mayor de guionistas y directores. Una cosa que ni siquiera era muy evidente cuando Spike Lee rodó ‘Bamboozled‘ (2000) denunciando el papel marginal que los autores afroamericanos habían tenido a través de la historia, de los vituperada que estaba la cultura negra y la forma en que la comercialidad había absorbido, erróneamente, los estereotipos de la misma y los habían devuelto a los espectadores afroamericanos como aspectos positivos.
Por supuesto que Singleton fue acusado de racista. De ‘racista asqueroso’ si lo prefieren. De estar obsesionado, como otros afroamericanos con echar balones fuera y con no tener ninguna capacidad para analizar la situación de forma realista. La película alcanzó fama mundial y pondría de manifiesto la pasividad del gobierno norteamericano para acabar con un drama diario. Un drama enquistado que se hizo más patente ese mismo año con la revelación del caso de Rodney King. Un año después la sentencia absolutoria de los policías que golpearon al taxista provocó la revuelta ciudadano más violenta de la ciudad de Los Ángeles desde los disturbios del Zoot Suit de 1943. Como las noticias y las opiniones suelen ir entrelazadas como las cerezas y tirando de una sacas a las demás en la época se acusó a ‘Los chicos del Barrio’ de alimentar el odio. Singleton fue nominado al Oscar al mejor director y convirtiéndose en el primer afroamericano en esa categoría. Luego le seguirían: Lee Daniels por ‘Precious’ (2009), Steve McQueen por ’12 años de esclavitud’ (2013) y Barry Jenkins por ‘Moonlight’ (2016). Ninguno lo ha ganado hasta la fecha.
Las dos películas posteriores de Singleton fueron ‘Justicia poética‘ (1993), con Tupac Shakur y Janet Jackson, y ‘Semilla de rencor’ (1995). La primera atacaba la problemática del racismo desde una posición más íntima, casi en clave de comedia romántica (por loco que pueda parecer el tema ya Spike Lee lo había hecho con ‘Fiebre salvaje’ en el 91) y la segunda lo establecía en un ambiente en el que, previsiblemente, no debería existir el racismo: la universidad. ‘Semilla de rencor’, además de un poco fallida, se centraba en la interesante idea de que los centros de educación superior de los USA se habían convertido en calcos de lo que se encontrarían los estudiantes cuando se incorporaran a la vida adulta: un ambiente jodido, violento, machista, racista etc. Que frustra a la gente y la hace actuar de la manera más estúpida posible. También en esta ocasión Singleton fue acusado de racista radical, de que no le gustaban los blancos (que salían más o menos tan mal parados como los personajes negros).
En 1997 dirigía la menos conocida ‘Rosewood’ en la que daba cuenta de la matanza acaecida en 1923 en el pueblo del mismo nombre en el Estado de Florida. Un crimen silenciado durante años y que redujo a cenizas a un pueblo de mayoría negra que, curiosamente, había florecido gracias a la segregación racial: los blancos habían abandonado la población para establecerse en el cercano Sumner. Los negros que se quedaron en Rosewood se hicieron autosuficientes y fundaron una industria próspera. Todo acabó en 1923, en el punto álgido de los ataques racistas de Florida. Los vecinos de Sumner y de otros pueblos cercanos entraron a saco en la localidad lincharon a algunos vecinos y dispersaron a los supervivientes que jamás volvieron a poner el pie en el lugar.
Después de esta película Singleton solo retomaría, levemente, su faceta reinvindicativa con ‘Baby Boy‘ (2001), el año anterior había sido el encargado del fallido remake de ‘Shaft’, y se quiso quitar la controversia de encima con ese canto a la multiculturalidad armada hasta los dientes que es la divertida ‘Cuatro hermanos‘ (2005).
‘Snowfall': el paso a la televisión
‘Snowfall’, la serie que ha estrenado este año en HBO, es el resumen de su carrera: una serie elegante y muy bien dirigida en la que ofrece todo el ‘know how’ de estos años y lo pone al servicio de una historia más que interesante: cómo la CIA de Reagan financió la Guerra Sucia en Latinoamérica beneficiando el narcotráfico sin calcular, muy propio de la Agencia, que abrir las fronteras a la cocaína empobrecería a la población negra, provocaría desigualdad y crearía un problema de salud pública de dimensiones bíblicas que convirtió a los USA en el país donde se consume el 75% de la producción de cocaína mundial. Sin demasiados dramatismos, Singleton desgrana el problema, señala a los culpables, resume bien los condicionantes históricos, hace una buena lista de los errores y ataca la base del problema. Sin olvidar que ya el racismo, por ejemplo, era un problema latente que solo vino a acrecentar el problema.
Sorprendentemente esta historia, desvelada ya en los años 80 por la prensa, aterrizó casi con toda normalidad en los medios americanos sin tener muchas repercusiones más allá de aquella charlotada llamada “Caso Irán-Contra” demostrando que a Nixon la gente lo echó por otras razones que no tenían que ver con ser un tramposo porque ahí estaba Reagan patrocinando golpes de estado en América Central y del Sur con kilos y kilos de farlopa, incluso vendiendo armas de forma ilegal a Irak y a Irán, y a nadie se le ocurrió toserle.
Con espíritu coral, la trama de ‘Snowfall’ (‘nevada’ en nuestro idioma, la cosa va de cocaína, entiendan el simil) ataca cuatro temas diferentes: el tráfico establecido por los primeros traficantes mexicanos a través de la frontera, los tejemanejes de la CIA y la apertura de las sofisticadas y silenciosas rutas aéreas que aprovecharían los cárteles colombianos y la historia de Franklyn Saints, un chaval de los suburbios de Los Ángeles que se inicia como camello en un panorama que en los años 80 era mucho más permisivo y naïf (seguramente porque la cocaína no llegaba a USA por toneladas). Cómo no, hay que hablar de la presencia de Sergio Peris-Mencheta que hace un grandísimo papel, de luchador mexicano nada más y nada menos.
Celebremos que el talento de Singleton ha florecido de nuevo en televisión y que nos devuelva gran parte de las buenas sensaciones de sus primeros trabajos. Esta vez sin acusaciones de racismo de por medio, cosa de agradecer en un mundo donde estas cosas vuelven a estar a la orden del día y donde, paradójicamente, se adora un pasado que se desconoce. Un mundo que necesita a narradores como Singleton que que hagan que no olvidemos los hechos más escabrosos de nuestra historia reciente.