Picasso, Rembrandt, Goya o Hopper son nombres a los que vinculamos automáticamente con el arte, al de la pintura concretamente. En uno de esos programa televisivos de preguntas culturetas con los que la gente consigue hacerse millonaria, aquella sería una moneda segura. Sin embargo, si se tuviera que crear el nexo de Alexander Fleming con ciencia o arte, ¿cuál se escogería? Breve lapso de tiempo para que el lector emita una respuesta en su cerebro. Aquí una pista, una advertencia y un breve spoiler de este artículo: se está confundiendo.
Hay un niño jugueteando con unas témperas. Pintando sobre un folio (y sobre su ropa, su cara y cualquier otro objeto que se encuentre en una distancia cercana a él), probablemente sin necesidad de pincel y empleando las manos. El niño está ensimismado en la gama cromática de sus pinturas, en la abstracción pictórica de su dibujo. En realidad, al niño le han dicho que tenía que colorear los números, está en esa fase de aprenderlos. Por lo tanto, el niño a través de su creatividad puede llegar a memorizar y distinguirlos. Así es como uno se imagina a Fleming cuando le dicen que el científico que descubrió la penicilina era también un artista a la hora de dibujar con, atención, bacterias. Estaban advertidos, se iban a confundir con la respuesta.
Fleming le debe mucho a las bacterias. Gracias a ellas llegó al descubrimiento de una de las curas clave en la Segunda Guerra Mundial, pero también consiguió hacerse con la etiqueta de “artista”. Y aunque parezca imposible unir estos dos mundos que parecen ser tan opuestos, llegó incluso a formar parte del Chelsea Arts Club, un club privado formado por artistas en Londres que sigue funcionando hoy en día, y a hacer una exhibición de su arte a la Reina María de Inglaterra.
Como suele ocurrir, aquello sirvió como inspiración para sus colegas de profesión, incluso para otros galardonados con un Nobel, como es el caso de Roger Yonchien Tsien, que fue premiado en 2008. Fleming se propuso demostrar así que también hay arte en los laboratorios y sus sucesores que sigue todavía existiéndolo. Pero, ¿cómo se hace? Con los elementos que suelen formar parte de su rutina. Primero, con una placa petri. Esta bandeja transparente suele contener un caldo de cultivo, normalmente agar, ideal para que crezcan microorganismos. En realidad, el proceso va de la mano de la propia tendencia natural de distintas especies (bacterias, hongos y microbios) de crecer y dividirse. Así, se crean patrones visuales que luego serán la base de la obra. En los últimos años es cierto que se ha añadido cierta modificación genética para que estas especies respondan de una determinada manera a la luz, haciendo que algunas se vuelvan fluorescentes.
Aunque parezca mentira, la práctica está bastante extendida. De hecho, en 2009 dos biólogos canadienses crearon Microbial Art, un portal en el que se recopilan las obras realizadas con de distintos científicos de distintos puntos del mundo. No son sólo ellos los únicos que juegan con las partes minúsculas de los distintos organismos que nos rodean.También se conocen creaciones a partir de orina o sangre. Suena bizarro, pero incluso el extravagante artista y rey de reyes del Pop Art, Andy Warhol, utilizaba también orina para alguno de sus trabajos.
También mediante este tipo de procesos se llega a otras disciplinas como la escultura o la fotografía. Aparecen así series como la del artista Marc Quinn, que creó una escultura a partir de placenta humana y cordón umbilical, metraquilato, un equipo de refrigeración y acero inoxidable. U otras como ‘Microbial Me’, realizada por Mell Fisher, quien creó autorretratos escultóricos a partir de las bacterias de su propia piel.
También está la fotografía, donde Zachary Copfer, positiva las fotografías por una fuente de radiación y cambia el papel fotográfico por la placa Petri.
Y ahora, si se tuviera que crear el nexo de Fleming con ciencia o arte, ¿cuál escogería?