Mira, por irnos centrando he titulado este articulillo con un chiste generacional. La Rabia del Milenio fue un grupo barcelonés fundado en 1996 con ciertos aire de nuevos Tequila. Su primer single, ‘Quiero vender mi pasado’, fue parte de la enorme campaña que Pepsi hizo en nuestro país llamada ‘Next generation Music’ y que tuvo como protagonistas a grupos como Australian Blonde, Undrop o La Rabia del Milenio. La misma compañía usó a Killer Barbies y a Dover para sus anuncios de Radical Fruit.
Curiosamente La Rabia del Milenio no tuvo su mayor éxito hasta 2001 cuando su canción ‘Delgadito‘, una rumbita suave (la rumba es la base del éxito en el pop español), se convirtió en una especie de canción del verano. En ese momento ya se llamaban La Rabia e intentaban escapar de la palabra “milenio” que, por mor del cambio de siglo, era un término que estaba en todas partes y ya atufaba a todo el mundo.
Los nacidos entre mediados de los 60 y finales de los 70 fuimos considerados ‘Generación X’. Fue un asunto de Douglas Coupland, de uno de esos libros suyos que juegan a la totalidad de definir a toda una generación desde un interesante punto de vista. El nombre lo sacó de Generation X, la banda fundada por Billy Idol cuando el punk desembarcó en USA y que era un cruce de caminos entre el punk y el rock.
En España nos llamaron, sin embargo, ‘Generación JASP‘. Renault, allá por el 95, hizo una campaña para promocionar su nuevo Clio –que iba a sustituir al Renault 5 y al Super 5- y dijo aquello de ‘Joven Aunque Sobradamente Preparado”. Refiriéndose al coche, claro, y no a nosotros.
La prensa en general nos trató reguleramente. Se nos definía como pesimistas, leídos, rabiosos en nuestra vagancia, malhablados, con gusto por la música ruidosa (grunge, hardcore) o seducidos por la música de los 60. Vestidos como hippies y punkis a la vez, por cierto. Incluso tuvimos una revista llamada ‘Tribu X‘ que intentó reunirnos (y en la comenzó su carrera profesional uno de los editores de Don, el guapo, por cierto); hubo una explosión de cine sensacional en nuestro país y se vivió un momento bueno editorialmente. Todavía recuerdo un número de El País Semanal donde se hablaba de gente de la Generación X y se metía en el mismo saco a Pep Guardiola (ejemplo de futbolista y, a la vez, personita con estudios) y a Ray Loriga cuyo ´Lo peor de todo’ sigue considerándose, por derecho, la primera novela ‘grunge’ escrita en nuestro país. Yo quiero decir que aquella novela me representaba más que ‘Historias del Kronen’ que siempre me pareció una novela de pijos insoportables.
En realidad la ‘Generación X’ española, como todas las generaciones anteriores sufrió elegantemente el acoso de la generación anterior. Un acoso paternalista y cariñoso que nos agarraba de la cabecita y nos decía ‘aún no estáis preparados’. Era normal. Nuestros padres acababan de tocar pelo por primera vez tras la primera modernización de España tras la Transición. No te podías quejar de la Transición sin que alguien te callara la boca diciendo algo así como “vosotros lo hubierais hecho peor” (‘CT o la Cultura de la Transición‘, de Guillen Martínez es un libro muy buena al respecto). Luego estaba lo de tener cosas. COSAS. Con mayúsculas. Fuimos la primera generación de españoles, esto se repetía mucho, que tenían cosas propias porque padre y madre podían pagarlas. Más ropa. Más merienda. Un ordenador. Más música, …Fuimos también la primera generación de gente joven que, tímidamente, se convirtió en objetivo publicitario. Fuimos reconocidos como nicho. Aumentó la presión publicitaria para que consumiéramos. Esto es algo que se ha notado más con el paso del tiempo. Anuncios dirigidos directamente a gente muy joven como si tuviera un presupuesto independiente para gastar. Eso forja mucho el carácter. Y define bastante bien a la gente. Te dice, de manera muy poco sutil, como comportarte, como vestir, qué beber, qué comer y dónde. La posterior generación a la X, la Millennial y ahora la otra que dicen que hay ya han crecido con esta presión publicitaria que nosotros, por no tener tanto poder adquisitivo, no sufrimos. A mi los anuncios de Pepsi o de Renault me sonaban a graciosa estafa pero, al menos, los de Pepsi tenían buena música. La marca de refrescos, además, promocionó giras con los grupos y vendió un par de recopilatorios que estaban francamente bien.
Como miembro de la Generación X no conocí el hambre, ni la necesidad. Es más, estudié en un sistema educativo público más asequible que el actual y, en general, percibo que el nivel era un pelo más alto pese a que no recibíamos ese torrente de información que se recibe ahora. Quizás que la información llegara por cauces más estrechos permitía que el filtro fuera mejor. Por ejemplo: yo escuchaba la radio de la Base Aérea de Torrejón de Ardoz donde ponían una música estupenda. Fue allí donde escuché por primera vez a Metallica, a Guns and Roses y hip hop.
¿Lo echo de menos? Lo que más echo de menos es que, con los años, mi capacidad de sorpresa ha menguado de manera tremenda y ya casi nada me parece nuevo de verdad. Tengo que rebuscar mucho en la librería o en Spotify o en los 89 canales que tengo a mi disposición para decir ¡EUREKA!
Por eso, quizás sea por eso, me sorprende la reacción que un artículo publicado por Antonio Navalón en ‘El País’ ha suscitado entre la gente joven de ahora. Es un artículo duro. Sin duda. Un artículo de opinión también. Es decir, no representa a nadie más que a su autor. Con el paso del tiempo del tiempo me he encontrado a mucha gente mayor que yo que, sin mucho fundamento, se había hecho una imagen de mi generación y no quería abandonarla. Muchas veces profesores, familiares, amigos mayores vieron en mí defectos de una generación entera: “Míralo, siempre leyendo…¿qué se habrán creído estos intelectuales? Claro, como tienen comida y casa…¡Y ahora quieren ver cine sin doblar!” o “Míralo, qué pintas…claro, es que van a su rollo y, claro, diles algo que se ponen como fieras” o “Todo el día con esa música puesta…¡si eso es ruido!”.
He de decir que siempre me chupó un huevo. Le recomendaría a los Millennials y a los otros que vienen después, los nacidos después de 2000, que hagan caso a este atractivo maduro y a su manera de proceder: NI CASO. Aunque, seamos honestos, los tiros de Navalón van por el lado de la desconexión que, de los problemas sociales y políticos, se huele la generación anterior. Un problema bastante extendido, por cierto.
La reacción, como siempre, ha sido regulera. A veces, está siendo risible. Las defensas a la totalidad es lo que tienen y las salidas en tromba (¡Ciber-FuenteOvejuna todos a una!) resultan categóricamente absurdas. No escuché a nadie, de mis compis y compas, que dijera en un acto público algo así como “¡Somos el futuro!” que no me resultara un interesado o un cretino integral. Bien claro he tenido siempre, a título personal, que vivía en un mundo en el que las reglas las habían puesto otros y ya me olía que, en ese camino, los papás y las mamás de entonces no iban a querer soltar el testigo para que pusiéramos las nuestras. Iñaki Gabilondo, en TVE1 por los 80, y Mercedes Milá en los 90, en Antena 3, condujeron programas de debate donde se daba voz a los jóvenes. No creo andar muy desencaminado cuando digo que el tono, pese a lo voluntarioso del asunto, no dejaba de ser un ejercicio de paternalismo poco agradable. Una suerte de pastoreo generacional. Siempre pensé, en realidad, que las voces que representaban mejor el sentir general de la juventud estaban en el inocuo ‘Hablando se entiende la basca’ que presentaba Jesús Vázquez en Telecinco y que se caía de puro tonto pero, al menos, si representaba valores y llevaba a gente que cualquiera hubiera dicho ‘del montón’ expresando deseos y anhelos que sí compartían un número alto de españoles: salir en la tele, ligar, ser aceptado, tener pelas en el bolsillo y contarle a la gente tu vida. Ahora, no me negarán, que ‘Mujeres, Hombres y viceversa’, por puramente execrable y aunque solo sea por ese muy español “piensa mal y acertarás’ representa a un nutrido porcentaje de la juventud tardía española y conecta bastante bien con los anhelos, apenas disimulados, de su buena audiencia: divertirse, ligar, estar deseable, comprar ropa, salir de fiesta…
Decir que Navalón se equivoca en un 100% es tan idiota como decir que el 100% de los millennials solo quieren vivir del cuento o aspiran a ser concursantes de GH . Y tan idiota, o más, que hablar de generaciones más preparadas de la historia y moverse en adjetivos ‘absolutos’ como ‘comprometidos’, ‘transversales’, ‘informados’, etc.
JASP fue una etiqueta que mi generación, no escuché a nadie jamás reivindicarse como JASP, rechazó de plano porque venía de un anuncio y porque, por ejemplo, un fan del bakalao o un asiduo de los bares heavys de los bajos de Aurrerá no podían compartir. ‘Millennial’, como etiqueta, parece también publicitaria y parece también impuesta y parece también necesaria para ofertar clicks, vender tecnología y otros bienes de consumo. En definitiva: otra generación a la que identificar como una masa uniforme que comparte los mismos gustos y las mismas actitudes vitales. Lo más peligroso es pensar que, en cierto modo, una etiqueta necesita una defensa numantina porque está siendo atacada y, con su debilitamiento, se corre el peligro de perder parte de nuestra identidad. La identidad, como tantas otras cosas, no la marca el año de nacimiento, ni la gente más gritona o la más mercachifle. Otro aviso para navegantes: a lo mejor te la están queriendo colar elegantemente. Aquí lo comentaba nuestro, de cuando en cuando, colaborador @xabibenputa:
Identificarse con una generación: la siguiente idea más brillante después de identificarse con un area geográfica o un ser imaginario.
— Xabibenputa (@Xabibenputa) June 12, 2017
En fin, como JASP/Generación X, podría adoptar la pose que se espera de mi y decir que estas mierdas me resbalan, que estoy harto de ver a abuelos y nietos pegándose entre ellos y que unos me llaman ‘niñato’ y otros ’pollavieja’. Me quedo con lo que la periodista independiente Patricia Horrillo comentaba en un hilo estupendo https://twitter.com/PatriHorrillo/status/874188045997756416
sobre la gente que abandonaba las redes por no tener que soportar más discusiones y que se resumía en un: “hay discusiones que no son útiles para nada”.
Navalón hace mal reduciendo a una generación completa a un estereotipo bastante romo. Si se le contesta en los mismos términos, si se usa la burla, si de verdad (Oh, dios, espero que nada de esto se lo haya tomado nadie en serio) se usa el insulto y se piden cabezas (algo a lo que nos estamos acostumbrando), si la vehemencia de la respuesta supera, por completo, la gravedad de las afirmaciones (tampoco es que el hombre haya dicho que los millennials meriendan niños o que son unos drogadíctos y unos violadores en potencia…cosa que se decía de los metaleros de comienzos de los 80, por ejemplo, y que era algo que se podía leer con total normalidad en prensa) estamos sacando, otra vez, las cosas de quicio. Por enésima vez en lo que va de semana.
Desde la Generación más encorsetada entre dos generaciones os digo: NO FUN. MY LOVE. NO FUN. Y si no hay diversión, ¿para qué meterse? Ya saben ustedes, millennials, que solo tiene importancia aquello que decide la masa digital que lo tenga. Solo tienen que ignorarlo y seguir su camino. Y ahora bajad el volumen de vuestros smartphones que ‘Despacito’ a toda hostia me da ganas de invadir Polonia.