La campaña electoral francesa de 1981 quedará para la historia por dos cosas: François Miterrand se alzaría con la victoria tras una década de intentonas y le daría un merecido palo a Valery Giscard D´Estaing y, por otro, porque un candidato independiente les robó todo el protagonismo a ambos políticos. El cómico Michel Gérard Joseph Colucci, alias Coluche.
Sí, las elecciones presidenciales del 81 en Francia iban a ser todo un ‘rumble in the jungle’, un ‘thrilla in Manila’, un ‘one to one’ mítico entre dos políticos ambiciosos a más no poder. Aunque a la primera vuelta llegarían Giscard, Chirac, Mitterrand y Marchais pero todo el mundo sabía que Chirac era carne de cañón gaullista y que Marchais era demasiado comunista para aposentarse en el Eliseo.
Miterrand, el sucesor de Pompidour, se las había hecho pasar canutas a la izquierda rompiendo el ‘programa común’ que sostuvo durante unos años con el Partido Comunista de Francia y reverdecía en las encuestas como un socialdemócrata moderado de toda la vida, preocupado por la imagen de Francia y por la recuperación económica a través de la necesidad de reforzar el papel de su país en el llamado entonces Mercado Común. Frente a él Valery Giscard D´Estaing que fue, durante la Transición, uno de los hombres más odiados en España por diversas razones como desconfiar de nuestro proceso de democratización hasta el punto de mantener los llamados ‘santuarios’ de ETA en Iparralde (el llamado ‘País Vasco francés’) y, por si fuera poco, permitir que los sindicatos agrícolas franceses se dedicaran a tumbar camiones cargados con frutas y verduras de nuestro país con el pretexto de que no formábamos parte de la UE y que, por tanto, tirábamos los precios. O cosa así, los franceses, huelga decirlo, han incorporado esta bonita tradición de volcar camiones de la competencia que atraviesan su territorio y, de cuando en cuando, se ceban un poco con una flota de un país concreto para equilibrar el precio de mercado. ¡Merci, Valery Giscard D´Estaing!
El caso es que esto, a efectos electorales, lo de ETA se la traía al pairo a la República Francesa que, total, como toda Europa todavía en el 81 y pese a que íbamos a celebrar el Mundial al año siguiente (Francia, encima, llegó a semifinales con cinco jugadores y un seleccionador de ascendencia española) todavía teníamos en nuestro debe un intento de golpe de estado que salió un poco churro pero que hablaba, abiertamente, de un país todavía algo inestable. Aunque la lectura podría ser la que Don Valery quiso darle, que es que no iban a inmiscuirse en un proceso de otro país y saltarse las leyes de extradición a la torera, lo cierto es que la actuación de Francia con su terrorismo doméstico, la OAS por poner el caso, había sido francamente expeditiva y transnacional hasta el punto de que los servicios secretos franceses habían perseguido como conejos a los dirigentes de la organización terrorista por toda Europa. ¿Se pusieron legalistas cuando el problema no les tocaba? Oui.
Lo de los agricultores pisoteando el fresón de Aranjuez, esnafrando la naranja valenciana contra “le pavement” y usando el aceite de oliva andaluz como friegasuelos cuando no permitiendo que los conductores que pasaban al lado del tumulto cogieran parte del botín (eso nos indignaba mucho aquí, lo de los “gabachos” buitreando) fue, como ahora lo es, good and old chauvinismo, una válvula de escape, un ‘para colonialista lo que llevo aquí colgado’ que, se descubrió poco después, podría haber sido perfectamente evitable –posiblemente como lo de ETA, esto mucho más grave- si alguien hubiera puesto unos cuantos diamantes en la palma de la mano del entonces presidente de la República de Francia.
La facción más conservadora (incluso la española que sale en tromba, incluso, a favor de sus viejos enemigos) les dirá que Miterrand fue un hombre oscuro. Que fue un político taimado que apuñaló a tirios y romanos con tal de mantener el poder pero, al menos, no le pillaron aceptando diamantes de sangre de un dictador caníbal llamado Jean Bedel Bokassa.
Si ya es malo aceptar diamantes de sangre, díganme si aceptarlos de la mano de un tipo que se hizo nombrar emperador de Centroáfrica sentado en un trono de oro con forma de águila napoleónica y que, además de montar un pequeño genocidio, tuvo a bien jalarse a algunos de los opositores a su régimen no es como para echarse a temblar. Los tenía cuadrados D´Estaing, sí.
El caso es que con una izquierda encabronada con Miterrand, por todas las traiciones, y con un gaullista-derechón que había aceptado regalos de un chalado antropófago (presunto, si ustedes quieren) la cosa estaba que echaba chispas.
Y fue entonces cuando, en plan coña, irrumpe en el escenario el cómico Coluche. El 30 de octubre anuncia oficialmente su candidatura ante el escepticismo general y cierto mosqueo por tomarse un proceso electoral tan importante a pitorreo.
Coluche nunca fue un cómico elegante y su humor nunca se prodigó en sutilezas, es más, era bastante burdo, combativo y brutalmente izquierdoso. El bufón de izquierdas combativo que hacía películas (muy pocas estrenadas con decencia en nuestro país, por cierto) y hacía giras incesantes por toda Francia llenando teatros. Allá por el comienzo de los 80 la carrera de Coluche estaba en un punto álgido.
Feliciano Fidalgo recoge en El País las palabras con las que ‘Coluche’ anunciaba su candidatura: “Soy candidato a las presidenciales para cubrir de mierda a todo mundo y hasta el final “. Y añade: «Yo no quiero ser presidente, pero quiero que esos gachós que hacen política reflexionen y que sepan que la política, tal como se practica, es una caca muerta». Y más aún: «Hay muchos tipos en este país que nunca son representados por los partidos políticos, como los homosexuales, los taxistas, los agricultores, los peluqueros, etcétera. Es decir, yo soy el candidato de minorías que, sumadas, son la mayoría». Y continúa: «Si Marchais [el candidato comunista] se muere mañana cada cual comprenderá que no ha servido más que para hacer reír en la televisión. Yo, por lo que me concierne, suspendí mi certificado de estudios, pero no intenté aprobarlo en tres ocasiones, como Mitterrand. Y por lo que se refiere a Giscard, claro que va a ganar las elecciones, pero Francia va a perderlas”.
Ni que decir tiene que todo el mundo se tomó a pitorreo la candidatura de Coluche (donde pone todo el mundo lean ‘todo el mundo que se considera parte del stablishment político’) pero, lo cierto, es que Coluche supo explotar mejor que nadie, incluso mejor que Marchais, el desencanto en el que se desenvolvía Francia en ese momento. Cada actuación se convertía en un mitín y cada mitín en un mazazo que consiste en reírse de todos y de todos: “Lo importante de mi candidatura es el burdel en el que yo convierto a este país”. Lo tenía claro, su candidatura era una burla. Una burla gigantesca. Frente a la renuencia de la prensa a darle espacio a Coluche, más allá del chiste, la revista satírica Hara Kiri (germen de Charlie Hebdo) convierte la cruzada del cómico en un ‘joie de vibre’. Le dedican una portada: Coluche vestido con una chistera y un chaqué, ataviado con una banda (algo que le gusta muchísimo a nuestros vecinos) sentado en el wáter con cara de estreñimiento. El titular: “Coluche, un presidente en azul, blanco y mierda”. La burla se convierte en un chiste articulado que tiene un sentido: joder al sistema. El primer sondeo electoral publicado por el semanal le Journal du dimanche no deja dudas del éxito: el candidato al que nadie esperaba, el que había conseguido las firmas necesarias para postergarse como candidato en el tiempo extra, saca un 16% en intención de voto lo que le coloca como tercer candidato por delante de Jacques Chirac y Georges Marchais.
Ni que decir tiene que la `pinza’ comenzó a funcionar y que todos los candidatos se tomaron en serio al bufón hasta el punto de convertirlo durante un tiempo en el centro de atención de aquella primera ronda tan accidentada y de humor tan grueso o tan siniestro, según se mire. Si Hara Kiri había sido la primera publicación francesa en darle su beneplácito al candidato Coluche fue Le Nouvele Observateur, más prestigiosa en términos políticos y analíticos, la que le regala su portada y el titular ‘La Francia de Coluche’ resaltando que se había convertido en el candidato del desencanto. Un desencanto celebrado, en cierto modo, con regocijo, como un latigazo a una izquierda algo dormida y a una derecha que estaba campando a sus anchas y jugando cartas peligrosas (Francia fue un país tremendamente desagradable durante la presidencia de D´Estaing, se lo juro).
Coluche había convertido en un circo la primera vuelta de las presidenciales (una maniobra que, años después, pondría otro cómico, Beppe Grillo, en funcionamiento en Italia…con cómicos resultados) y amenazaba con convertirse en el tipo que le iba a jugar la presidencia a un conservador feroz como Valery. Más que nada porque el Partido Socialista de Francia ya había pronosticado que todos los votos que consiguiera el cómico saldrían en mayor porcentaje de sus votos que de los que recibirían los comunistas. ¿Tenía la izquierda una oportunidad de oro para disputarle la presidencia a la derecha y la iba a perder porque a un cómico de éxito le había dado por dedicarse a la política y poner el sistema patas arriba? Eso parecía.
El caso es que Miterrand en persona intentó negociar con Coluche prometiéndole que el programa de los socialistas incluiría muchos de los puntos del programa del cómico a cambio de que retirara su candidatura y apoyara públicamente a Miterrand. No lo consiguieron.
Tampoco cuando la maquinaria se puso a rebuscar en el pasado del actor (por si hubiera recibido en el pasado algún presente de un dictador caníbal o lindeza semejante) pero no hallaron nada excepto algo que ya era público y notorio: en 1979 había sido multado con 3.000 francos (unos 460 euros) por desacato a la autoridad. Todo lo demás broncas y multas por tocar las narices.
Pero el 25 de noviembre las cosas se ponen feas de verdad. Las amenazas de muerte han subido de tono y, por si fuera poco, aparece muerto de dos tiros en la nuca René Gorlin, directo de escena del espectáculo que tenía en marcha Coluche. La policía declara que el crimen es ‘pasional’ y que se debe a una doble o triple vida de René. Sin embargo todo huele a chamusquina y la leyenda urbana dice que bien pudieron los asesinos disparar a Gorlin al confundirlo con Coluche. La conspiranoia no ha detenido el run-run desde entonces.
Las cosas no mejoran, ni de lejos, cuando en plena campaña electoral se estrena ‘Inspecteur La Bavure’ (Claude Zidi, 1980) en la que interpreta a un inspector de policía muy torpe, que ha llegado a su puesto por enchufe, que quiere atrapar a Roger Morzini, un malvado delincuente encarnado por Gerard Depardieu. Ni que decir tiene que el tono paródico de la película no gustó a un grupo paramilitar formado por policías franceses llamado ‘Honor de la Policía’ que lo amenazó de muerte. Coluche, tendente al exceso, llevó muy mal el resto de la campaña, cayó en contradicciones (algo habitual en él), se destaparon broncas profesionales, aparecieron acusaciones de racismo, de gastar como un capitalista pese a ser de izquierdas…¿les suena?
En abril de 1981, dos semanas antes de las elecciones, Coluche abandona la carrera electoral y pide el voto para François Miterrand. Según apuntan algunos colaboradores de Miterrand años después la estrategia había sido acordada por los dos: Coluche se presentaría para animar el voto de izquierdas y, después, le pasaría los trastos al Secretario General de los socialistas franceses. La historia parece falsa pese a que agranda a Miterrand como estratega político (que lo era) y dibuja a Coluche –el hombre bomba- como un ciudadano responsable.
Lo único cierto es que François Miterrand se convertiría en Presidente de Francia pese a que su primer resultado en un sondeo le dejaba casi 11 puntos por debajo en intención de voto de D´Estaing.
En los años posteriores la figura de Coluche comienza a declinar: más bebercio, más problemas con el público, un divorcio, muere Patrick Dewaere uno de sus mejores amigos, se pringa en una performance absurda en la que simula su suicidio en un programa en directo…pero tiene tiempo de hacer la maravillosa ‘Tchao Pantin’ (1983, Claude Berri). Una película en la que interpreta a un gasolinero metepatas y chuzo.
En los años posteriores se lanza a la causa contra el racismo (él, que siempre había sido considerado un racista) y pone en marcha ‘Restaurants du Coeur’ (Restaurantes del corazón), una cadena solidaria de locales que reparten comida gratuita. “Es una pena que en un país con tantos buenos restaurantes como Francia haya gente que tenga que rebuscar en la basura para comer” dice. Su empuje llega hasta la Asamblea Nacional que aprueba la llamada ‘Ley Coluche’ que exime de pagar impuestos por el dinero que se entregue a la causa de dar de comer a los desfavorecidos. Su obra le sobreviviría y ‘Restos du Coeur’, la ONG resultante de sus esfuerzos reparte casi 130 millones de comidas entre un millón de beneficiarios cada año manteniendo, además, una red de cerca de 70.000 voluntarios.
Coluche, el bufón que quiso ser presidente, fallecería en un accidente de moto el 19 de junio de 1986. Sin casco, a cuerpo gentil, y conduciendo una Honda 1100 VFC se estrella contra un camión que tomaba una curva. Todavía se habla de que el accidente fue, en realidad, un asesinato, que ahí se cerró el círculo de la venganza contra el tipo que hizo de su vida un enorme chiste contra el poder establecido.