Marchando un suculento menú no apto para estómagos delicados en el que confluyen tres maravillas como son el fuego, el alcohol y la comida. ¡Denle candela, ahora!
B-52
Arrancamos con un llameante cóctel, uno con nombre de bombardero americano especialista en incendiar junglas vietnamitas. Aunque, en este caso, debe su denominación al grupo nuevaolero The B-52’s, una de las bandas favoritas del barman de Alberta que lo creó en los años 70. Y la verdad es que este trago servido en tres capas diferenciadas (Kalhua, Baileys y Grand Marnier), tan delicioso, contundente, camp, yeyé, pop, sofisticado y muy, muy ardiente… ¡hace justicia a su nombre! En su versión flambeada, la que nos ocupa, se toma con pajita y de un solo sorbo, mejor en un garito de Hanoi mientras suena de fondo ‘Rock Lobster’, claro.
CHORIZO AL INFIERNO
Poca broma con esta sencilla receta con nombre como de hit castizo de AC/DC. Y no sólo por su pegada –un choricito abrasado en brandy al aroma ahumado de su propia grasa chamuscada que se prepara en una cazuela de barro y que conviene degustar acompañado de pan–, también por su peligrosidad: recientemente, una pareja de turistas holandeses acabó en el hospital con quemaduras graves mientras manipulaban unos choricitos que asaban con alcohol de quemar en un bar de Nerja. Dantesco total.
TARTA DE SANTIAGO
Según dicen, la técnica del flambeado la descubrió en 1895 el francés Henri Charpentier, cocinero en un café de Montecarlo, al derribar accidentalmente una botella de licor de mandarina sobre la sartén en la que preparaba unos crepes para el futuro Eduardo VII de Inglaterra. Así que, a modo de homenaje, quizá debiéramos haber flameado algún postre afrancesado tipo suflé. Pero nuestras proveedoras del bar La Casina –del que somos fieles parroquianos– nos han recomendado la Tarta de Santiago, delicioso bizcocho a base de almendras, regada con un buen chorro de orujo. ¡Gracias por el consejo, queridas!
CARAJILLO
Teoría 1: Antes de combatir, los soldados de la Guerra de Cuba se preparaban un pelotazo con lo que tenían más a mano (café, azúcar y ron) para infundirse coraje, de ahí que lo llamaran cariñosamente ‘corajillo’.
Teoría 2. Los mozos de carga de la Estación de Francia barcelonesa tenían poco tiempo entre portes para almorzar y pedían que les mezclaran café y copa con la excusa de “que ara guillo” (que ahora me voy). Sea cual sea el origen, bendito sea el carajillo, estimulante y sabroso café enriquecido. En esta casa nos gusta aliñado con coñá –otros le ponen ron, orujo…– y, como mandan los cánones, quemado. Y, si uno está lanzado, basta añadirle un chorro de leche condensada para obtener un carajillo bombón, gloriosa bomba de cafeína, grasa, azúcar y alcohol, ¡ou yeah!
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