Como cada jueves abrimos un espacio de Don (#FirmaInvitadaDon) a una voz que no es de nuestra redacción para que nos cuente que se le pasa por la cabeza. En esta ocasión le toca al canario Omar Santana, cinéfilo apasionado, viajero de festivales, escritor en días impares y colaborador de diversos medios (un alma inquieta como pocas). Omar (que guerrea en TW desde su cuenta, @Dr_Commonhate) que nos habla de algo llamado “la cultura del tráiler” y de cómo está cambiando nuestra relación con las películas. Nos encanta tenerte con nosotros, Omar. Esta es tu casa.
[ Ilustración: Guacimara Vargas]
El cine ha muerto, lo vÍ en un tráiler
Tengo la firme creencia de que el ascenso de internet como principal medio de comunicación supone a su vez, en cierto sentido, la muerte del cine. Tranquilos, no voy a construir aquí el enésimo argumento en contra de las descargas ni a montar un discurso defendiendo la pantalla grande como la única opción válida para ver cine. En ese sentido estoy a favor de eso que llaman la “democratización del cine”, que no es más que brindar al público el acceso a películas que no llegan a los circuitos de distribución mayoritarios; y si el mecanismo es mediante plataformas que permitan que este acceso se haga de forma legal, mejor que mejor. Quizás el mayor problema en este sentido sea que muchos estén importando a las salas de cine un comportamiento propio del salón de su casa, pero ese es otro tema. Mi enfoque va más en el sentido de cómo una herramienta que ha conseguido renombrar nuestra época como “la era de la información” ha ido creciendo de manera exponencial hasta someternos a un estado de “sobreinformación” que sin duda juega en contra de un medio expresivo como el cine, que se construye sobre los principios del asombro y la sorpresa.
La máxima expresión de la actual obsesión por el consumo continuo y masivo de novedades la podemos encontrar en la cultura que se ha generado en torno a los tráilers y otros avances de películas (leáse fotos del rodaje, clips promocionales, pósters, teasers, avances de teasers y demás subproductos). Ya no es sólo que se celebre cualquier pieza de márketing como si fuese un evento mundial, sino que se corre a desgranarlo y extraer todas sus piezas, como haría un niño con un juguete nuevo, siendo cada vez más habitual que aparezcan artículos “analizando” un tráiler a las pocas horas de su presentación. La necesidad de generar contenido de forma permanente llega a tal punto que hay quienes anuncian por adelantado la fecha de presentación y duración de un tráiler. Si la duración de una película no me interesa más que para saber si llegaré a tiempo para cenar al salir de la sala, ni os comento la de un tráiler.
El trasfondo de todo esto no es más que una descontrolada necesidad de anticipación fruto del acelerado ritmo de vida actual. Paradójicamente, tenemos tan poco tiempo que queremos consumir todo por adelantado, de ahí que muchos se lancen a juzgar con antelación una película en base a su material promocional. Hace unas semanas se presentó el tráiler de la adaptación cinematográfica de la saga escrita por Stephen King ‘La Torre Oscura’ y al pasar por la sección de comentarios (lo sé, debería mantenerme alejado de ese oscuro lugar) me encontré con varios de personas que no habían leído las novelas y cuyo único interés era saber si las imágenes que acababan de ver eran una adaptación fiel de la obra original. Por más vueltas que le doy no consigo encontrar un motivo por el que esa información pueda ser relevante, salvo el de intentar juzgar un material al que se es totalmente ajeno. Porque hoy en día parece que lo desconocido es una amenaza y hay que tener información de todo con antelación para así saber lo que podemos esperar. Las expectativas han tomado el control del diálogo cinéfilo, en el que cada vez hay menos espacio para el análisis y la capacidad crítica. Ahora los trabajos se valoran en función de lo que nos gustaría que fueran en lugar de por lo que son y frases como “da lo que promete” se convierten en el mayor de los elogios para una película, mientras que “no es lo que me esperaba” adquiere un tono despectivo. ¿Dónde quedó esa época en que lo sorprendente era sinónimo de emocionante?
Esta tendencia coincide con una época en que la nostalgia se ha convertido en uno de los principales motores del cine comercial, como demuestra un panorama en el que no faltan secuelas a destiempo, relanzamientos de antiguas sagas y continuos lavados de cara a éxitos del pasado, mientras el público lo recibe encantado con la esperanza de reencontrarse con las emociones que despertaron en ellos los referentes originales. Pero esas emociones surgían precisamente del asombro al descubrir terreno inexplorado, por lo que nos topamos con una contradicción aparentemente imposible de resolver. En este sentido resulta bastante ilustrativo el reciente caso de ‘Alien Covenant‘ (2017), secuela de ‘Prometheus’ (2012), que a su vez es precuela de ‘Alien: el octavo pasajero’ (1979), película que inició la saga ‘Alien’ (el cine cada vez se parece más a una familia incestuosa). Durante la inacabable campaña promocional (que además de la inevitable ración de tráilers incluyó varios cortos en forma de prólogo y un incesante goteo de fotos) Ridley Scott reconoció haberse dejado influir por las quejas de los fans al respecto de ‘Prometheus’. Entre otras cosas decían estar decepcionados porque no apareciera el Xenomorpho (AKA el bicho) de las películas originales, así que Scott decidió incluirlo en esta secuela, haciendo de paso borrón y cuenta nueva con muchas tramas y personajes de ‘Prometheus’, película que con sus errores y aciertos al menos introducía ideas nuevas en la saga a la vez que le daba un importante lavado de cara. Pero el público quiere más de lo mismo y lo más triste es que un director se pliegue a este tipo de exigencias renunciando a su propio impulso creativo y sea capaz de cambiar de rumbo en nombre del todopoderoso beneficio económico. La ecuación se resuelve en el caso de ‘Alien Covenant’ con una película deslavazada cuyas mejores ideas son herencia directa de ‘Prometheus’, que se completa con parches en forma de set pieces planteadas únicamente para invocar el recuerdo de la película original, pero sin rastro alguno de la energía que transmitían sus imágenes.
Al final lo habéis conseguido: habéis matado al bicho, igual que estáis haciendo con el cine.