La sensación de vacío que deja en el espectador el final de ‘The Leftovers’ es infinito. Ese era el objetivo y la prueba está superada con creces y con un final cerrado que, en realidad, sirve para dar una explicación más que plausible a esta tres temporadas que, sin sobresaltos, nos han ido introduciendo mansamente en un mundo desquiciado plagado de gente rota por la pérdida.
Se puede felicitar Demian Lindeloff de haber puesto en práctica todos los trucos de ‘Perdidos’ con éxito; de haber perfeccionado la fórmula de ‘la trama es la que sostiene el argumento’ que puso en práctica en su primer experimento y, sobre todo, de haber comprendido que, al final, menos significa más. La prueba: un episodio final que se cierra con un “¿Sabes lo que pasó de verdad?”, pasa a un monologo disimulado en un diálogo que resuelve la duda principal y a una escena final con un simbolismo muy asequible. FIN. ENHORABUENA A LOS PRE…un momento, porque es verdad que Lindeloff y Perrotta (autor de la novela original y coproductor ejecutivo de la misma) han cumplido la promesa que hicieron: No dar ninguna explicación. Un explicación abierta a explicaciones: el final de ‘The Leftovers’, al menos toda la última temporada, explica las motivaciones y va dejando a cada personaje en su lugar. Poco a poco. Es decir, sabemos lo que les ha pasado, por qué han reaccionado así y por qué tienen el final que tienen. Lo que estará abierto a discusión para siempre es saber cuál es el argumento de ‘The Leftovers’, ¿de qué coño va? ¿Qué nos han querido contar? ¿Nos han querido contar algo? ¿pasarnos algún mensaje cifrado?
Volvamos al comienzo del anterior párrafo: los personajes crean la trama y la trama es la que lleva el argumento. El argumento, por tanto, está escondido en la trama. Vayamos a él, a la parte más visible:
Hace tres años que el 2% de la población desapareció sin dejar rastro. Simplemente se volatilizaron, algunos a ojos de familiares y amigos. Gente que estaba comprando en el super, o echando un polvo o nadando en una piscina pública. Los efectos sobre la población fueron devastadores. La desaparición además parece arbitraria: no hay un perfil del desaparecido. Hay gente buena y gente mala. Han desaparecido pueblos o familias enteras y, otras, no han sufrido ninguna pérdida. Los que han quedado en la Tierra, el 98% restante de la población, está sumida en las dudas y sufren el trauma de no tener respuestas para la sencilla pregunta: “¿Qué ha pasado?”. Hay respuestas religiosas, respuestas conspiranóicas, respuestas políticas…ninguna concluyente. En definitiva: nadie sabe dónde se ha metido toda esta multitud y si regresarán algún día.
La familia de Kevin Garvey (Justin Theroux), el sheriff del pueblo de Mapleton (NY), ha sufrido como nadie la catástrofe pese a no haber perdido a ningún miembro: Su padre se ha vuelto loco y cree en la vuelta del Mesías, su hijo es el guardaespaldas del líder de un culto que cree que engendrará al salvador de la humanidad, su hija vive atormentada por su propia cordura, su mujer se ha unido a una secta mayoritaria de gente silente, que viste de blanco y fuma continuamente que quiere provocar el fin del mundo y él está un poco cucú y parece estar desarrollando una enfermedad mental que le provoca alucinaciones.
Así transcurre la primera temporada que, luego, se traslada al corazón de Texas (a la falsa localidad de Jarden) y culmina su recorrido en Australia. Un recorrido sobre la culpa, un compendio sobre la tristeza, sobre la pérdida, sobre la forma en la que afrontamos la muerte y la duda sobre si hay o no hay vida más allá de la tumba o la incineradora.
Que ‘The leftovers’ sea una serie que aborde, con mucha enjundia, el papel que juegan las creencias religiosas en el desarrollo del ser humano, que sea capaz de haberse mantenido durante tres temporadas deshojando la margarita y afilando la punta de una cuestión tan compleja, que haya sido capaz de llevarla a la pantalla usando imágenes contemporáneas, dejando que las referencias de peso queden como adorno en un segundo plano y que la historia de los personajes fluya es ya todo un éxito. La emoción, el sincero vuelco sentimental que supone cada capítulo es también para tenerlo en cuenta. ‘The leftovers’ ha sabido transmitir sensaciones cotidianas que son extremas: la culpa, la sensación de ausencia, la duda, el desamor…cuestiones todas bastante íntimas que la serie convierte en principales, que se muestran sin pudor alguno y que se dimensionan en la serie hasta convertirla en un doloroso repertorio que atenaza al espectador con un ritmo sincopado que, a veces, es lento como el demonio y, a veces, nos lleva como un torbellino. En fin. Ha acabado una de las mejores series de TV de los últimos años , de esas que seguiremos revisitando.
LA VISIÓN DE LO EXTRAORDINARIO
¿Por qué los dioses nos mandan señales? ¿Por qué no hablan con nosotros directamente? ¿Por qué usan a profetas? ¿A portavoces interpuestos? Pues sencillamente porque la voz de Dios no haría otra cosa que matarnos. Este mito está recogido en la tradición musulmana pero, también, en la cristiana. Dios habla solo a un grupo de elegidos a los que mandan señales porque debe de permanecer mudo. Las visiones de lo extraordinario, a nivel religioso, trastornan al mensajero que es, a veces, confundido con un loco. Algo que pasa en ‘The leftovers’ donde es imposible diferenciar al que está mal de la chola (si no lo están todos) con el señor que recibe mensajes divinos pero…¿de verdad alguien recibe mensajes divinos?
¿Imagina alguien estar sentado tranquilamente mientras toma café con alguien y que ese alguien de pronto desaparezca delante de sus narices? ¿Qué efecto nos produciría? ¿Imagina alguien las consecuencias de vivir en un mundo que sufre un hecho global extraordinario de estas características?
LOS CHALADOS
El background de la serie lo es todo. En la primera temporada aparece un personaje recurrente que aparece también en la tercera temporada de forma fugaz: Dean (Michael Gaston). Dean es un vecino de Mapleton cuya misión en el mundo es cazar perros, perros domésticos que han quedado abandonados tras la desaparición de sus dueños. Insiste en que los perros han cambiado su comportamiento y que ya no son fieles, que van por su cuenta y que se están rebelando contra el ser humano. No es el único loco ‘oficial’ de la serie. Está también el padre de Kevin, Kevin Garvey Senior (Scott Glenn), al que la visión de la desaparición de sus vecinos ha sumido en la chifladura. A este de forma práctica pues está buscando al Mesías. La figura del ser humano zumbado y sobrepasado por las circunstancias se hace notorio en cada episodio siendo uno de los motores de la serie…¿no están los locos llevando las riendas? ¿no son los que están desencadenando el fin del mundo antes de que sepamos, en realidad, si es el destino que nos tienen los dioses preparado. La figura del chalado se acaba de recortar en la tercera temporada cuando un militar francés lanza un misil nuclear contra un volcán porque cree que, dentro del mismo, hay un monstruo tipo Godzilla acechando para salir y destruir el mundo.
EL CIERVO DE LA PRIMERA TEMPORADA
Vives toda la vida creyendo en nada o no prestando mucha atención a lo divino hasta que la visión de un animal mítico te convence de que tu destino es salvar al mundo o, de un modo más sencillo, que tienes una misión, un espacio reservado para ti en la historia. Durante la primera temporada a Kevin le suceden diferentes cosas que están conectadas con ciervos. Aquello le aturde un poco más de lo recomendable. El ciervo tiene un significado religioso en el cristianismo al igual que otras figuras con cuernos (bien animales, bien humanos coronados con cuernos) lo tienen en casi todas las religioses. Ahí está la leyenda de San Eustacio, general romano, pagano él, que estando de cacería se encontró con un majestuoso venado. Al ir a matarlo se fijó en sus ojos y se dio cuenta de que, en ellos, estaba la luz misma de Jesucristo por lo que dejó de cazar y se convirtió al cristianismo. Kevin, que es sheriff, siente que sus incidentes con ciervos tienen que ver con que está predestinado a hacer algo, a arreglar el entuerto en el que está metido. Sensación que va intensificándose a medida que avanza la serie y que, curiosamente, se trata desde el punto de vista más simple: no sabemos si Kevin se cree de verdad que es el elegido o que lo único que quiere es que todos esos chalados caigan por sí mismos en el error.
EL LIBRO Y LA ADAPTACIÓN
La diferencia básica entre el libro de Tom Perrotta y ‘The leftovers’, la adaptación televisiva, es que la obra de Perrotta sí es una obra escrita con gran espíritu religioso que toma una dirección unívoca: la gente ha desaparecido porque se ha puesto en marcha el rapto, esa mala intepretación de la biblia hecha por algunos protestantes, que anuncia que siete años antes de que comience el juicio final Dios se llevará a un número determinado de siervos que, por ser demasiado buenos, se ahorrarán el Apocalipsis. En “The Leftovers’ es el personaje del pastor Matt Jamison (Christopher Eccleston) el que tira esa hipótesis abajo sacando trapos sucios de personas que han desaparecido pero, en realidad, eran gentuza y acabando así con el sentido religioso más profundo de la desaparición. ¿Puede dios perdonar a un juez corrupto y ahorrarle el Juicio final y los sufrimientos y dejar en la Tierra a un niño inocente?
LA GENTE DE BLANCO
Pieza fundamental de la primera y segunda temporada ha sido la secta de los fumadores silenciosos que visten de blanco. Los Guilty Remnant (Remanentes culpables) son una especie de culto a la personalidad de Patti Levin (Ann Dowd…magnífica, como siempre). Patti fue una tranquila ama de casa hasta que el dolor de la pérdida la empuja a rodearse de gente que quiere acelerar el proceso de la desaparición del planeta. Un movimiento dedicado a la provocación, a provocar violencia en los demás y a generar el mayor revuelo posible de forma pasiva. Vestidos de blanco, fumando siempre, comiendo gachas como forma de mortificación y permaneciendo en silencio mientras se comunican solamente con mensajes escritos en libretas o pizarras. Sí, hay gente que se tomaría así el fin del mundo, así como Patti, queremos decir. Un personaje que cumple todo el perfil de fanática y de mártir. No es que quiera morir ella sola es que quiere llevarse por delante a toda la humanidad, trasladar a todo el mundo lo mal que se siente, lo mal que lleva el asunto. Incluso viene bien para hablar de religiones organizadas y de como la llegada al poder de Meg Abbot (Liv Tyler) cambia el sentido de todo este extraño culto y lo arrastra a una dirección mucho más activa. No hay mejor representación de los fanáticos que la cara de Ann Dowd pidiéndole a Kevin que acabe con su vida de la manera más violenta posible, que se acelere porque quiere pasar al otro plano de existencia.
NORA Y LAS MUJERES
Los personajes femeninos se llevan la palma en ‘The leftovers’. Laurie Garvey (Amy Brenneman), Meg Abbot (Liv Tyler), Patti Levin (Ann Dowd) y Evangeline Murphy (Jasmin Savoy Brown) como mujeres que pertenecen al entorno de los Guilty Remnants y que sujetan sus tramas de forma increíble y, claro está, Nora Durst (Carrie Coon). Nora es una mujer que trabaja para una agencia gubernamental que se dedica a hacer un censo de los desaparecidos y a perseguir el fraude, a buscar a aquellos que se han hecho pasar por desaparecidos para evitar cuentas con la justicia o han optado por iniciar una nueva vida, bajo otra identidad. Ella vio como toda su familia, dos hijos y un marido, desaparecían. Desde entonces se enfrenta al dolor, con determinación. Sin cejar en su empeño; dejándose, incluso, timar por charlatanes de todo pelo u optando por buscar soluciones rápidas y personales (dejándose disparar con un chaleco antibalas puesto) para aminorar su dolor. El personaje de Nora se ha revelado, a la vez, como el más tierno y como el más duro. El único incomprendido, el único que se nos revela al final del todo, en el último suspiro de la serie. Con contrariante resultado: es la última en aceptar su destino.
LA ÚLTIMA OLA DE PETER WEIR
Si la serie se traslada a Australia no es solo por la fijación que Lindeloff, que ya usó profusamente Australia en ‘Perdidos’, tiene con este continente. Se debe sobre todo a la película ‘La última ola’ (Peter Weir, 1978). Una película protagonizada por Richard Chamberlain en la que se daba cuenta de la profecía de los aborígenes australianos que dice que el fin de los días, pieza clave de la tercera temporada, estará marcado por una ola gigantesca que se llevará el mundo por delante. La referencia es tan grande que se incluyó en el reparto al actor aborigen Davidl Gulpilil que interpreta a Christopher Sunday, el único hombre del mundo que conoce el final de un conjuro, en forma de canción, que detendría el diluvio y la ola. David Gulpilil hacía un papel similar en ‘La última ola”.
PRIMOS LEJANOS
En esta última temporada de absoluta locura, en este tour de forcé tan bien resuelto que ha resultado ser la ronda final hay un episodio homenaje a ‘Primos lejanos’. De hecho se cambió la música de cabecera de la serie para poner la sintonía de este viejo éxito televisivo. Es el segundo episodio de la tercera temporada. En él aparece el actor Mark Lynn-Baker interpretándose a sí mismo. Él es el que revela a Nora que hay un grupo de científicos que ha conseguido abrir una puerta (en plan “Stargate”) a la dimensión desconocida en la que viven los que han desaparecido. Mark Linn-Baker no tiene empacho en mostrar lo que ya sabemos: su carrera actoral no ha dado de sí todo lo que él esperaba (un dato real) y, por si fuera poco, en la ficción se le ha negado lo que podría ser una especie de fama póstuma porque los otros tres actores principales de la serie (Bronson Pinchot, Melanie Wilson y Rebeca Arthur) sí desaparecieron. Él fue el único de todo el reparto que se quedó en la Tierra. ¿Le estaba gastando Dios una broma pesada? No se puede dudar de la carga irónica de su presencia y de que provoque risa que un actor comico encasillado, desgraciadamente, en un personaje de una teleserie noventera se ponga a hablar de temas trascendentes pero, en realidad, la propia existencia nos regala estos momentos tan locos descritos por gente que parece intrascendente o fuera de sitio todo el tiempo. ¿Te puedes fiar de que ‘Pimo Lary’ te cuente que ha descubierto que un grupo de científicos tiene la clave de tu felicidad? ¿Eso que tanto anhelas?
LA PORRA DE JUSTIN THEROUX
Sin duda una de las cosas que más comentarios despertó en la primera temporada de la serie fue las escenas de Justin Theroux corriendo en chándal, sin calzoncillos, por los parajes urbanos de Mapleton. Los chistes y los gifs no se hicieron esperar y todo el mundo andaba con el paquete de Theroux (y felicitando a Jennifer Anniston por su buen criterio de paso) en mente. Los productores decidieron hacerle un homenaje a semejante momento en el penúltimo episodio de la serie cuando Kevin Garvey, convertido en una ensoñación en el Presidente de los Estados Unidos, tiene que acceder a un bunker pasando por un scanner de pene. Sí, han leído bien, un scanner de pene.
‘LET YOUR LOVE FLOW’ … Y LA MÚSICA
La música ha sido parte fundamental para comprender ‘The Leftovers’. Lo que no salía en pantalla era apoyado por una canción que dejaba pistas y claves de lo que estaba ocurriendo. El recurso de usar ‘Where is my mind’ de Pixies para decirnos que el sheriff se estaba volviendo loco está entre los más evidentes como usar la canción ‘Let the mistery be’ de la cantante folk Iris DeMent que nos advierte desde la letra que hay mucha gente que se vuelve loca mirando al cielo y esperando respuestas por todo pero que ella prefiere seguir viviendo, dejar el misterio como está y seguir con su vida. Más complejo, como mensaje, fue el uso de la canción ‘Let the love flow’ de The Bellamy Brothers en toda la segunda temporada que, bueno, venía a decirnos que todo lo que estaba pasando podía solucionarse si la gente se comprendiera un poco más y dejara su amor fluir y que servía para entender toda la temporada. Por si quieren disfrutar de la banda sonora completa les dejamos una cuenta recopilatoria de Spotify que ha encontrado todas las referencias musicales que se utilizan. Predominan las canciones de amor. Nosotros creemos saber por qué. Se lo contamos a continuación.
NUESTRA CONCLUSIÓN
‘The Leftovers’ es una serie que va sobre como afrontamos la duda. La duda existencial. La duda que nos deja existir. Las preguntas punzantes como “¿Quiénes somos? ¿De donde venimos? ¿A dónde vamos?” a las que no tenemos respuestas y otras que sobrevienen con la muerte de un ser querido: “¿Por qué él y no yo?”. Y sobre todo: “¿habrá ido a un sitio mejor? ¿Habrá ido a un sitio peor?”. La serie traslada bien estas dudas a la audiencia, continuamente, jugando con la verdad y con la mentira. Sembrando la falsa certeza, en la mayoría de los casos, enredando con trucos como abrir una trama que parece que nos va a contar que el gobierno está implicado para luego cerrarla con un bombazo, el que acaba con la segunda temporada y comienza con la tercera, en el que se nos asegura que el Gobierno solo quiere que las cosas sigan funcionando a toda costa sin detenerse en sensibilidades.
Más allá de eso ‘The Leftovers’ nos pone en el brete de hablar de las creencias. De como se articulan, de si son necesarias o son un lastre. De si ayudan, de si perjudican. De si podemos diferenciar entre la casualidad y el destino, en definitiva, si no somos nosotros los que nos empujamos a un destino fatal o a uno feliz independientemente de que exista (o no) un ser divino creador de cielo y tierra. La última secuencia de la serie viene a resumir todo esto: las palomas de Nora, las que la gente cree que llevan mensajes a todo el mundo y que salen por primera vez en la secuencia, desmenuzada, de esos mormones o Testigos de Jehová que esperan la venida de Jesucristo –un caso real, ambos cultos se acostumbraron durante un tiempo a dar fecha y hora exacta del Apocalipsis- en el comienzo del primer capítulo vuelve al palomar cargadas con sus mensajes idiotas (los que la gente deja en las bodas que se celebran en el pueblo). Las palomas tienen un sentido religioso, para los cristianos, completamente unívoco pero, bueno, también es verdad es que esas palomas no llevan mensajes divinos si no cosas, deseos, escritos por gente borracha en su mayoría.
Si en un principio el público, y los propios productores, asociaron la metáfora de ‘The leftovers’ al atentado terrorista del 11-S (una tragedia percibida como global pero que afectó localmente a millones de neoyorquinos en primera instancia) y a las reacciones de los estadounidenses y de su propio gobierno esto se ha ido transformando en un mensaje, como hemos comentado, más existencialista.
Como en ‘Perdidos’ Lindeloff ha mantenido abiertas dos explicaciones, dos caminos: En la primera las opciones para dar sentido a la serie se dividían entre desarrollar las tramas relacionadas con el Proyecto Dharma (y su delicioso tufillo a SCI-FI de los 60-70 de serie B) o optar por las tramas ‘religiosas’ que, finalmente, fueron las que se llevaron el gato al agua. En ‘The Leftovers’ ha habido apuntes para desarrollar tramas completamente dentro de la ciencia ficción y la política ficción (planes secretos del gobierno, extraterrestres, tramas silenciosas al más alto nivel, intereses en guerras en terceros países, armamentos secretos, la máquina del final que traslada a la gente a otro plano de existencia…) para, finalmente, optar por un final sencillo. Un final delicado en el que los dos protagonistas de la serie se explican el uno al otro como se han reencontrado, nos dicen que todo lo que hemos visto ha sido real (separando las ensoñaciones) y que querían reconciliarse y acabar con toda la locura.
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Finalmente, lo más tierno, es la sencilla explicación de que, por encima de fuerzas sobrenaturales y la duda de si interactúan con nosotros o tienen algo que ver con el destino los protagonistas llegan a la conclusión de que lo más importante es el amor, el amor que aparece en todas las canciones que han servido como acompañamiento de la serie y que resulta ser el bálsamo y la redención de un planeta entero. Nora le cuenta a Kevin una historia que parece falsa: entra en la máquina, vuelve a una dimensión paralela y se encuentra con que no pertenece a ella por lo que decide volverse a la suya. Una historia imposible que disimula lo que parece más posible: Nora ha sido engañada por esos “científicos” que le han sacado cerca de 300.000 dólares y abandonada a su suerte en un parking. Nora ha pasado todo el tiempo escondida ante la certeza de que nunca verá a sus hijos o a su marido. Cuando se reencuentra años después con Kevin y tienen esa conversación le pregunta al sheriff: ¿Tú me crees?. Él contesta afirmativamente, la cree porque la quiere y como la quiere no puede dudar de ella. O mejor: la verdad es demasiado jodida para que ambos puedan aceptarla. Van a tener que vivir con esa duda todo el tiempo y es tan incómoda que es mejor dejar el misterio correr como decía la canción de Iris Dement. Paradójicamente el final de ‘The leftovers’ es un final feliz: la gente comprende que solo puede amarse para sobrellevar la tristeza, que la vida sigue y que las cosas toman rumbos raros sin que podamos hacer nada por evitarlo o, posiblemente, porque eso que llamamos destino es solamente un puñado de malas y buenas decisiones mezcladas.