Miguel Olivares y Javier Carrasco son viejos conocidos de esta santa casa. Fundadores de La Despensa, con esta agencia creativa realizamos hace cuatro años la campaña de lanzamiento de la Revista Don con Kira Miró como protagonista. Dos años después, confeccionamos a modo de fanzine vasco ochentero ‘Viaje al centro del Sol‘, una guía de Bilbao con motivo del festival de publicidad El Sol . Así, que dos años después es el momento de repetir colaboración.
Esta vez viajamos al desierto de Black Rock en Nevada (Estados Unidos), donde Olivares y Carrasco se convertirán en Esteso y Pajares para compartir con nuestros lectores la experiencia de vivir una semana en uno de los festivales más extremos, populares pero al mismo tiempo desconocidos del mundo: el Burning Man. Vamos a intentar volaos la tapa de los sesos. Vamos a aprender a volar. Comenzamos.
Todo comenzó hace ocho años. La primera vez que Miguel y Javier fueron al Burning Man como acto fundacional de su empresa. Y lo que vieron les ha hecho regresar año tras año desde entonces: una ciudad efímera en mitad de la nada, poblada de extravagantes personajes vestidos con atuendos indescriptibles o directamente desnudos, rodeados de arte y arquitectura efímera de proporciones colosales y acosada por increíbles tormentas de arena.
Pero el espíritu de Burning Man no es tan conocido como pensamos. Y La Despensa nos va a ayudar a entenderlo con su diario en los próximos días. Nuestro imaginario bombardeado por imágenes es una mezcla de saltimbanquis estilo Mad Max poniéndose hasta las trancas en el desierto al estilo de un festival español. Pues no, Para nada. Algo de eso hay, pero Burning Man es una ciudad que acoge a más de 70.000 personas durante una semana en la que no se puede comprar ni vender nada (menos hielo, café y limonada), y en donde se hace realidad la utopía de una sociedad ideal estructurada en camps temáticos, pensados y gestionados por los propios asistentes desde los cuales ofrecen de manera gratuita algo al resto de los asistentes. Desde los bares y su bebida, hasta los que enseñan a hacer cosas concretas, los hay incluso que se deican a proyectar porno y oferecer huevos para desayunar. cada loco con su película ofrece lo que quiere. Miles de asistentes además dedican casi todo el año en construir vehículos, obras de arte o estructuras arquitectónicas que montan y desmontan allí, en el desierto. Así, se diluye el concepto entre público y artista. Todos son ambas cosas. La organización, en la que trabajan más de 30 personas todo el año desde su oficina de San Francisco, no desvela el programa de miles de actividades hasta que llegas al festival.
La bicicleta es el vehículo oficial para moverse por la inmensidad de Black Rock City. Y las gafas de ventisca el complemento indispensable para no morir entre el polvo del desierto. Los camps forman un semicírculo gigante, alrededor de la figura de un hombre, al que se prende fuego el sábado en la gran fiesta final. El semicírculo es “la ciudad” y todo lo demás, los kilómetros de desierto, “la playa”.
El año pasado La Despensa invitó a sus 51 empleados con todos los gastos pagados a participar en la experiencia extrema del Buning Man. Su camp se llamó Paella Cosmos desde el que cocinaban una paella diaria para 300 personas (gratis, claro) durante los siete días del festival. Miguel y Javier pretendían trasladar el aprendizaje que roza el misticismo de participar en el evento con los miembros de su empresa como una suerte de viaje iniciático colectivo. Y se llevaron a la fotógrafa Cristina García Rodero, que ya estuvo en el festival en los 90, para captar su espíritu y al realizador Juan Rayos para registrar la aventura en formato documental. En ‘Desert Cosmonauts’ se escucha entre lo aprendido cosas como “Ya sé volar”. Así de intenso es Burning Man.
Burning Man ha crecido mucho desde su origen en una playa de San Francisco en 1986. Sus creadores Larry Harvey y Jerry James quemaron una figura de madera en una fiesta con 20 amigos hippies. Cada año fueroin más y más personas hasta que cinco años más tarde cuando alcanzaron el millar de asistentes decidieron viajar al desierto.
Desde entonces no ha parado de crecer. Conseguir entradas si no eres un miembro registrado de un camp (puedes ir por libre, claro) es una tarea casi imposible. Y en los últimos años han arreciado las críticas. Y más ante campamentos de personas y empresas con mucho poder adquisitivo que destacan por su opulencia (aire acondicionado y WiFi incluidos). Muy al estilo de Coachella. Muchas de ellas ligadas a Silicon Valley. Los viejos del lugar creen que hay sitio para todos y que ya sea mayor o menor, más o menos lujoso, todos los camps cumplen los requisitos de dar sin esperar nada a cambio. Recuerdan que el primer doodle de la historia Google se hizo el 30 de agosto de 1998 cuando sus fundadores Larry Page y Sergey Brin quisieron avisar de esta manera a sus usuarios de que no iban a estar durante una semana en la oficina: se iban al Burning Man.
La Despensa viaja este año con una troupe de unas 20 personas. Empleados que quieren repetir más amigos y allegados. Nos contarán cómo se prepara la logística para sobrevivir una semana en el ‘Cocktail Of Love’, su camp de este año y cómo es la experiencia desde dentro. Quedan unos pocos días para el domingo.
Mientras comienza el desparrame psicodélico del Burning Man, os recordamos su decálogo para abrir boca:
- Inclusión radical. “Todo el mundo puede formar parte de Burning Man. Damos la bienvenida y respetamos al desconocido. No hay requisitos para participar en la comunidad”.
- Regalo. Promueve la cultura del regalo sin esperar nada a cambio.
- Desmercantilización. “Queremos crear un entorno sin patrocinios comerciales, transacciones o anuncios”.
- Autosuficiencia radical. “Burning Man anima al individuo a descubrir, ejercer y depender de sus propios recursos”.
- Libertad de expresión radical. Se ofrece como un regalo a los demás y así debe ser respetada.
- Esfuerzo común. “Valoramos la cooperación y la colaboración. Queremos crear conexiones, espacios públicos y arte que ayuden a la interacción”.
- Responsabilidad cívica. “Los participantes deben respetar la ley y asumir responsabilidad por sus acciones”.
- No dejar huella. “Nos comprometemos a no dejar rastro de nuestras actividades. Limpiamos e intentamos dejar los sitios mejor de lo que los encontramos”.
- Participación. “Todos son bienvenidos a trabajar y a jugar”.
- Inmediatez. “La experiencia inmediata es, en muchos sentidos, la piedra más importante del valor en nuestra cultura. Buscamos superar las barreras que se interponen entre nosotros y el reconocimiento de nuestro yo interior, la realidad de los que nos rodean, la participación en la sociedad y el contacto con un mundo natural que excede los poderes humanos. Ninguna idea puede sustituir esta experiencia”.